Mientras el combate contra la pandemia del COVID-19 parece comenzar a tener ciertos claros que, gracias a las vacunas, dan esperanza a nivel mundial, nuestro país está por comenzar un camino en medio de otra pandemia que azota al territorio nacional.

El próximo 11 de abril elegiremos, además de gobernadores, concejales y alcaldes, a los 155 miembros de la convención encargada de redactar en un puñado de meses una nueva Constitución para nuestro país.

Tradicionalmente en ciencias sociales se suele decir que toda acción democrática –como lo es el generar una nueva Carta Magna– se enmarca en una triangulación precisa entre el accionar político, el de los medios de comunicación y el de los ciudadanos. Visto así, el panorama venidero es desalentador.

En lo que a política respecta, Chile actualmente se encuentra en una posición de sensibilidad inédita en las últimas décadas.

Un Ejecutivo con demasiados pendientes en el congelador, muchos flancos abiertos dentro del territorio y con aciertos reales y concretos cuyas bondades no son vistas –o entendidas del todo– por la ciudadanía. Rápidamente, una seguidilla de torpezas y atolondramientos –especialmente en el ámbito comunicacional– opacan cualquier asomo de éxito.

En el Poder Legislativo, en tanto, Chile cuenta hoy con dos cámaras que ya muchos han sindicado como la de menor calidad en muchos años y de donde emergen acuerdos frágiles que no siempre se cumplen y promesas a medias condimentadas con el ego y la parafernalia de parlamentarios que parecen más preocupados de aumentar sus seguidores en Instagram que en fijar la ruta del país.

En el orden Judicial, en tanto, los magistrados no han estado exentos de polémicas, con fallos débiles, perdonazos insólitos y sentencias desproporcionadas, además de la ya contagiosa obsesión de algunos jueces y fiscales por figurar más en los medios de comunicación que en tribunales.

En suma, el eje político de nuestro país está tremendamente debilitado, en un año fuertemente electoral donde generalmente quienes se asoman como candidatos a autoridades locales y nacionales no llaman precisamente a la tranquilidad.

Ahora bien, en lo que al vértice de los medios de comunicación se refiere, el panorama es, posiblemente, aún más desalentador. La prensa en primer lugar está siendo azotada por una crisis sin precedentes donde el cierre de importantes medios y formatos han terminado por limitar y debilitar la oferta, tanto cuantitativa como cualitativamente, dejando la construcción de la agenda pública a cargo de pocas miradas.

Además, buena parte de los periodistas más influyentes del país parecen embobados por la magia de la farándula y se pasean sin aviso alguno entre lo netamente informativo, lo abiertamente interpretativo y caen rendidos a la tentación de opinar –si es que no pontificar– en todo. Quizás, el mejor ejemplo de todo esto sea ver los matinales televisivos, el formato que más daño le ha hecho a la ciudadanía en la construcción de la agenda pública y en donde profesionales de la comunicación conviven con políticos-polillas que viven revoloteando en torno a las luces del plató y una galaxia de expertos que desfachatadamente opinan del manejo de la pandemia, las políticas de seguridad ciudadana o el quiebre amoroso de algún famosillo, sin medir las consecuencias que ello tiene en la ciudadanía que los ve.

A todo lo anterior, es obligación sumarle el hecho de que hoy los periodistas cuentan con un Colegio profesional absolutamente secuestrado por la ideología más que por el interés auténtico por un ejercicio objetivo y constructivo de la profesión.

Por último, el eje ciudadano no tiene mejores pronósticos. La desconfianza, la polarización y la crispación se amalgaman con el stress, la ansiedad y el cansancio generado por la pandemia. La ciudadanía está harta de todo y, por ejemplo, el irrespeto por la autoridad de cualquier orden es transversal y va desde la diaria narcopirotecnia, uso de armas de alta gama y la plaga de portonazos y delitos cometidos a plena luz del día, hasta la fiesta clandestina en los barrios y balnearios más acomodados del país en las que el futuro de Chile termina escondido bajo la cama y en las duchas con tal de no recibir una multa que, de igual forma, pagará papá.

El llamado Estallido Social trajo cosas buenas que han sido medianamente aprovechadas, pero también generó problemas no abordados como la generación de la idea de que para manifestarse no hay otra opción que quemarlo todo.

Así, se ve cómo este eje fundamental de política-medios-ciudadanía está gravemente enfermo en nuestro país, precisamente en el momento en el que 155 compatriotas venidos precisamente de la política, los medios y la ciudadanía demarcarán el camino a seguir las próximas décadas. Toda la emoción que genera un momento tan crucial para nuestra nación, se desmorona cuando se comprueba que el escenario sencillamente no es el más propicio.

Perdón por lo desalentador. Es sólo un mal presentimiento.

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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