Periódicamente y cada vez con más fuerza aparece en la discusión pública nacional algún compatriota que expone a viva voz su tendencia a sentirse “patrón” del país.
En verano concretamente emergen muchos de esos que se suelen denominar “patrones de fundo”, pues se comportan como amos y señores por derecho propio de un territorio determinado. Estas últimas semanas hemos tenido ejemplos en las playas de Maitencillo, Puerto Montt y otras zonas del litoral. Son los que también adelantan con prepotencia en caminos de ripio o se sienten descubriendo la pólvora al avanzar a toda velocidad por la berma de la carretera.
Sin embargo, durante el año y de forma constante los vemos en calles, oficinas, supermercados y templos, donde algunos se muestran con el pecho inflado, estacionan en espacios reservados para discapacitados, bajan el ritmo de sus pasos al cruzar por un paso peatonal o salen sin mascarilla, como si el virus respetara el espacio del que se sienten propietarios.
Junto a todo lo anterior, emergen cada vez con mayor frecuencia otros “patrones”, quienes más que como dueños de un espacio físico se comportan como señores feudales del discurso público, al cual creen aportar siempre escudados en algún cargo, un cartón académico o, peor aún, en un mal entendido “buenondismo”.
Hemos tenido presidentes, ministros, subsecretarios, legisladores, jueces, empresarios y autodenominados expertos en sus perfiles de LinkedIn (la plaga 2.0) que emiten comentarios prepotentes, desafortunados y fuera de lugar, muchas veces con una mueca de sonrisa.
Ambos patrones, el territorial y el discursivo, son tremendamente peligrosos. Mientras los primeros se comportan de manera no muy distinta a los narcotraficantes y terroristas que dicen defender causas ancestrales, los segundos no distan de quienes imponen ideologías a la fuerza. Al menos, narcos, terroristas e ideólogos tienen un objetivo. Los “patrones” hacen lo que hacen “porque sí”.
Un ejemplo grotesco de este patronazgo son las declaraciones de la constituyente Teresa Marinovic la semana pasada, cuando insultó con alto poder de fuego al órgano redactor de una Nueva Constitución y a todos sus integrantes. ¿Su excusa? Muchos insultan en los mismos términos a otras autoridades del país y, era que no, no tiene por qué arrepentirse por decir la verdad. Las declaraciones tuvieron fuerte resonancia en redes sociales: largas horas como trending topic y más de 132 mil menciones en Twitter, de las cuales, créalo o no, el 40% eran favorables. Las palabras de Marinovic y la defensa de las mismas merecen cierto análisis.
Es cierto que desde hace algunos años basta con pasearse por ciertas calles de las grandes ciudades del país para ver en sus murallas insultos similares en contra del presidente y las fuerzas policiales. Amenazas incluidas. Es verdad también que hoy, cualquier marcha o manifestación contiene gritos con insultos a autoridades de todo tipo. Es un hecho además que tiempo atrás el propio presidente electo Gabriel Boric insultó toscamente a un sector político, a un senador asesinado y a los uniformados de Chile. Pero todo lo anterior, aunque cueste aceptarlo, no justifica de ninguna manera las declaraciones de la convencional por el distrito 10.
Primero, porque la abundancia de insultos no faculta a nadie para sumar más excremento al ambiente (¿y si todos mienten? ¿y si todos roban? ¿y si todos…?). La lógica del empate está justificando cualquier cosa.
Segundo, porque ni el presidente, ni los uniformados, ni los empresarios se han insultado a ellos mismos. Son otros, generalmente desde el cobarde anonimato, quienes los agravian. En cambio, Marinovic dispara contra un órgano del que ella misma quiso ser parte e insulta el trabajo que ella decidió realizar, a costas del bolsillo de todos.
Y tercero, porque la filósofa (…) le hace un flaco favor al ya bajo nivel de discusión que tiene la convención y se suma a la equivocada estrategia de querer hacer detonar desde adentro al órgano redactor. Tan grave es esto, que finalmente la pachotada de Marinovic opacó el que esa alocución frente a los medios era para denunciar con fuerza la peligrosa metodología de votación que se decidió adoptar para, supuestamente, “optimizar el tiempo”.
Mal le hacen al país los “patrones”, ya sean territoriales o discursivos. Dividen más, calientan en vez de iluminar y, lo que es peor, entregan “buenos” argumentos para seguir avanzando con inercia hacia quién sabe dónde.