El próximo domingo se celebran en la Argentina las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias, PASO por sus siglas, en las que se elige candidato a presidente y vicepresidente, la mitad de la cámara de Diputados y Senadores Nacionales en 8 distritos. La primera vuelta electoral se celebrará el 22 de octubre y el ballotage, de haberlo, el 19 de noviembre. La oferta electoral y los primeros resultados de comicios provinciales indican que la política argentina se está transfigurando, y no queda claro cuál será el nuevo escenario que reemplace al que existió en los últimos 20 años en el país.

Por primera vez estando el peronismo en el poder, 14 de sus gobernadores adelantaron los comicios en sus provincias para no contaminarse con la mala fortuna de su partido en el orden nacional. Son líderes locales que prefieren que la gente vote sin pensar en la agenda del país, algo inédito en un partido que lo que mejor hace es manejar el poder. Esas elecciones provinciales que se vienen celebrando desde abril en 18 jurisdicciones – de 24 – presentan índices de abstención y voto en blanco nunca vistos, en casi todos los casos superiores al 40%. Es un país que, por fuera de la ley, pasa del voto obligatorio al voto voluntario en claro reproche a los gobiernos pero sobre todo a las oposiciones, que no logran canalizar la frustración. Aquel que está descontento con el oficialismo, en vez de votar a la oposición, deja de votar o vota en blanco.

Esta abstención plantea un problema adicional. Para salir de la encerrona económica en la que está el país y, por lo tanto, devolverle vitalidad a la democracia se necesitan reformas económicas. Y para eso hace falta legitimidad, consenso y un liderazgo habilitado políticamente, alguien a quien la gente apueste y crea. Con estos niveles de abstención, daría la impresión de que ese liderazgo está lejos.

Otra característica de la abstención es que cuanta mayor sea, más ventaja tiene aquel que maneja una estructura clientelar, que normalmente es el que tiene recursos para repartir y forma parte del Estado. La abstención le juega a favor al que tiene el poder. En este caso, el peronismo.

El panorama federal va a ser, también, muy distinto a partir de la próxima elección. Por un lado, el frente federal se vuelve más variado ya que Juntos por el Cambio retuvo Jujuy, porque Córdoba sigue siendo de un peronismo no alineado, porque en Santa perdió el peronismo y está amenazado tanto en Chaco como en Entre Ríos. Pero además, por primera vez desde 1983, el PJ podría perder la mayoría del Senado. Empieza a haber un descongelamiento de lo que parecía un bloque monolítico y federal para cualquier gobierno sobre todo no peronista.

Estas elecciones presentan novedades también hacia dentro de los partidos. Empezando por Unión por la Patria, que es el peronismo, y que lleva como candidato a presidente a Sergio Massa, un no peronista que lidera su propia agrupación, el Frente Renovador, y que se reconcilió con Cristina Kirchner por necesidades electorales en 2019, después de haberla denostado en todas las tribunas a lo largo de seis años. Dicho de otro modo: la antes todopoderosa vicepresidenta debió inclinarse ante un candidato cuya lealtad es más que dudosa.

Más complicado aún es que ese mismo candidato sea el ministro de Economía que está negociando un acuerdo de refinanciación de deuda con el Fondo Monetario Internacional para que el gobierno no se hunda y por el que el organismo exige ajustes, entre otros, una devaluación drástica de la moneda. Massa ha logrado que tal ajuste se realice después de las primarias. Pero si Massa hace una mala elección el 13 de agosto, habrá que ver cómo le explica al kirchnerismo y sobre todo a Cristina Kirchner que, en lugar de lanzar un rescate de su candidatura, que en el kirchnerismo significa más gasto, tiene que gastar menos para cumplir lo pactado.

Cristina Kirchner ha comenzado a retirarse como figura ineludible. Del otro lado, en Juntos por el Cambio, sucede algo parecido. Mauricio Macri decidió no postularse para la presidencia. Este paso al costado facilitó un duelo entre dos figuras de su partido por la candidatura presidencial opositora. Patricia Bullrich, ubicada en la derecha, y Horacio Rodríguez Larreta, más al centro y unido con la centro izquierda. Todo indica que están empatados.

Bullrich piensa la competencia dentro de Juntos por el Cambio como una interna. Cree que ella debe ganar en el universo de los simpatizantes de JxC. Y para eso intenta apropiarse del anti-kirchnerismo y el anti-peronismo. Para Rodriguez Larreta, en cambio, las primarias son una elección general. Insiste en que hay un peronismo fatigado al que le puede dar una salida. Por eso habla de acuerdo, habla de no pelearse, porque le está tendiendo un puente al otro, al votante desencantado peronista. Y también al indeciso e indiferente, que a juzgar por el nivel de abstención mencionado, es la mayoría. Parece cumplirse: en todas las encuestas desde hace unas tres semanas Larreta experimenta una lenta recuperación respecto a la situación en la que estaba. Está por verse si ese votante medianamente indiferente, que no le presta tanta atención a la política, que se entera tarde de que hay que votar o de quiénes son los candidatos va a votar en tal clima de desencanto.

Juntos por el Cambio enfrenta otro dilema. A su derecha se instaló La Libertad Avanza, una fuerza liberal en lo económico y conservadora en lo político, que lidera el diputado Javier Milei. Esta fuerza es también la expresión de la disconformidad de la ciudadanía frente a la oferta política y el funcionamiento del sector público de las últimas dos décadas. Es, ante todo, un discurso anti políticos. Se sabrá en los próximos meses si Juntos por el Cambio podrá reabsorber a los votantes que prefieren a Milei o si el no peronismo está quebrado y por ende imposibilitado de acceder al poder. Es un dato estratégico para el oficialismo que postuló a Massa.

La economía argentina es un descalabro. La inflación promete ser a fin de año superior al 140%. El Banco Central se quedó sin dólares. La pobreza es de más del 45%. Así las cosas, la principal tarea de un nuevo gobierno será normalizar esta situación. Para lograrlo deberá hacer ajustes mayores en el sector público. El instrumental para hacerlo, la política, está dañado. La misión del actual proceso electoral, que tendrá una instancia clave en las primarias del próximo 13 de agosto, consiste en reparar ese aparato. Pero las bases son frágiles porque existe abstención y desencanto en la ciudadanía, y disputa y fragmentación en la clase dirigente. El panorama no deja de ser sombrío para el país vecino.

Abogado, máster en Economía y Ciencias Políticas

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