Hace unos días atrás, el Presidente de la República instó a los actores políticos a suscribir una tregua en vista del incremento galopante de la violencia en el país y el temor que esta genera en la población.

Una vez más parece que la autoridad pone el foco en el lugar equivocado, aun cuando no pierde la ocasión para hacer gala de sus profusas lecturas, la tregua se utiliza para detener o suspender temporalmente las hostilidades o una guerra y en una excepción más laxa, otorgar un descanso. Lo extraño, es que el mensaje estaba dirigido a las fuerzas políticas y no a los delincuentes, que sería lo que uno esperaría asumiendo el nivel de violencia, agresividad, poder de fuego y ausencia total de conciencia respecto de lo que hacen (si existe ese concepto en este tipo de individuos).

Lo que necesitamos precisamente hoy es decisión, rapidez y coherencia en establecer una línea de acción política que permita desde el Estado y con las herramientas que este tiene enfrentar la violencia y el crimen organizado que asechan en el país. En este sentido, vuelvo a la tregua del Presidente, si estaba pensando en interpelar a algún sector político debe apuntar a su propia coalición, aquella que está en el Gobierno con ministros y subsecretarios y representada en el Congreso con diputados y senadores que votan en contra sus propios proyectos y visitan La Moneda para pedir explicaciones o presionar por atenuar este tipo de medidas.

Por cierto, no debemos olvidar que el sector político que hoy gobierna no ha tenido problema de avalar la violencia para alcanzar sus objetivos, lo vimos en el denominado estallido donde se sumaron a las acciones violentas e incluso rindieron un homenaje en el mismo histórico edificio del Ex Congreso Nacional a la denominada primera línea, grupo que se caracterizó por su brutalidad y capacidad de destrucción de espacios públicos, monumentos históricos, iglesias, comercio y lo que le pusieran por delante.

Incluso en medio de la pandemia, las voces del octubrismo continuaban resonando por las calles con frases maqueteadas para la galería, se paseaban de población en población sus dirigentes atacando al gobierno y desacreditando las medidas de emergencia que hoy vemos como salvaron vidas de chilenos. Lo mismo hacían sus dirigentes desde el Congreso.

Utilizaron la mentira para crear un ambiente de inseguridad sin importar las consecuencias, acusando a todo el que se oponía a sus intereses, fueron parte de la funa a autoridades de todo tipo, pero también a chilenos común y corrientes con el mentado “el que baila pasa” y otras prácticas de terror que por esos días se naturalizaron en el país.

Pero esto venía de antes, bajo la premisa de una superioridad valórica y moral que los hacía mejores que quienes los antecedieron, interpelaban tanto a sus pares políticos como a la historia reciente del país. Bajo su lógica toda actividad anterior a su aparición fue una suerte de transacción entre élites que solo pretendía dejar fuera al pueblo, exacerbando la lucha de clases bajo una concepción retrotópica de la sociedad, lo que demuestra que muy poco han tenido para aportar más allá de la desconfianza y la crítica a la sociedad que se ha construido.

Pues bien, una parte de ese sector es el que hoy pide una tregua a sus pares políticos, a aquellos que durante ya más de una década denostó sin miramientos para alcanzar el poder que hoy detenta y que han demostrado, dicho por sus propios dirigentes, no estar capacitados para ejercer. Lo paradojal de esta situación, es que serán esos políticos que durante varias décadas lograron acuerdos que le dieron estabilidad y avances al país, esos políticos (representados por Javier Macaya y Álvaro Elizalde) son los que después del Rechazo a un proyecto de Constitución que institucionalizaba la división y el extremismo en el país, lograron ponerse de acuerdo para cumplir su compromiso de ir por una mejor Carta Fundamental, los llamados a colaborar con un Gobierno que hace aguas.

Para resolver los problemas del país se requiere realismo en lo que se propone, capacidad de diálogo para buscar los acuerdos, pero básicamente se requiere confiar en lo que se compromete y aquí la coalición de Gobierno tiene un déficit gigante. Cómo van a combatir la violencia, controlar la migración, apoyar a las fuerzas del orden si durante años hicieron precisamente lo contrario.

Estoy seguro de que como país se saldrá adelante para enfrentar el crimen organizado, la violencia que genera y el miedo que tiene hoy la gente. Porque sigue existiendo una clase política responsable respecto de la nación y no sólo de su propio proyecto, que sabe avanzar en políticas de Estado para enfrentar desafíos de gran calado y que así como ayer le dio estabilidad a Chile hoy ha vuelto a tener desde el Congreso Nacional un nuevo protagonismo. Por eso más que hablar de tregua hay que ponerse en marcha y dejar el espacio a quienes tienen algo que decir al respecto.

Aldo Cassinelli, cientista político. Autor del libro “Un sistema político para el Chile que viene”

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