Señor Director:

En el último tiempo se ha visto casi como una herramienta de «justicia» para muchos el realizar acusaciones por medio de redes sociales, las cuales gozan de gran impacto y son viralizadas en una buena porción de la población, sobre todo en los jóvenes. Esta forma de plasmar algún hecho específico nace de la sensación de injusticia de muchos, quienes recurren a tomar la justicia por manos propias.

Las «funas» (nombre bajo el cual se conoce esta práctica) presentan un problema fundamental: antes que justicia, lo que se busca es humillar y denigrar a un -presunto- victimario. El punto es que para convertirte en victimario basta la declaración de quien funa, sin importar la verdadera culpabilidad o inocencia del acusado; esto que implica un retroceso para nuestra civilización, al ser propio de la era de los escarnios en plazas públicas y ajusticiamientos. Se elimina así la posibilidad del derecho a réplica, a una defensa por parte del imputado, ignorándose por lo demás la presunción a la inocencia. Tras ser expuesto «y condenado» ya como culpable, el «funado» es increpado e incluso agredido por gente que respalda y apoya este método de «justicia».

Otro problema surge entonces: una vez detallado el caso, el «funado» resulta muchas veces exonerado de lo que se le atribuía, habiendo recibido una condena previa, sin siquiera ser escuchado, siendo así una vulneración a cualquier concepto de debido proceso y al derecho a no ser juzgado por comisiones especiales consagrado en el art. 19 nº 3 inc. de nuestra Constitución. Todo lo anterior ha llevado una histeria colectiva, donde las personas pueden hacer una errónea interpretación de la realidad y sentirse perseguidos por una falsa concepción de la justicia.

En medio del último estallido social hemos podido apreciar cómo han surgido múltiples falsas acusaciones valiéndose del alboroto, desencadenando debates en muchos ámbitos de cotidianidad entre familiares, amigos, conocidos, compañeros de trabajo y de estudio, entre otros. El desmentir una funa y poder comprobar la inocencia no genera el mismo impacto que generó la acusación inicial, quizá por la ridiculización que implica para aquellos que, sin mediar mayores medios de prueba, compartieron para poder sumarse a aquel conglomerado «empático». Todo esto nos lleva a reflexionar de lo necesario que es generar una cultura de mayor empatía pero con mayor aún sentido de la responsabilidad de lo que lleva acusar a una persona sin oír su defensa, dado que al compartir o realizar este tipo de imputaciones se puede destruir, injustamente y lo más probable que irremediablemente, la vida de una persona, de una familia.