El 18 de septiembre de 1810 la sociedad se preparaba para celebrar el primer cabildo abierto. Ante la ausencia del rey Fernando VII, era necesario formar gobierno, y así lo hicieron los criollos, quienes ese día organizaron la primera Junta Nacional de Gobierno. Con el paso del tiempo, aquella reunión fue un impulso para todo lo que vino después: el primer Congreso Nacional, la creación de la prensa con La Aurora de Chile, los emblemas patrios, el Reglamento Constitucional Provisorio de 1812, la fundación del Instituto Nacional en 1813 y de la Biblioteca Nacional. Todo lo que dio paso a la República de Chile como se conoce hoy día.

Han pasado 211 años desde entonces; de la Patria Vieja, de Bernardo O’Higgins y los Hermanos Carrera. “Todo esto es muy distinto al Chile actual, sin embargo, seguimos siendo los mismos”, reflexiona el historiador Alejandro San Francisco.

«¿Qué estamos dispuestos a hacer por Chile?», se pregunta entonces el Director del Instituto de Historia de la Universidad de San Sebastián y Director de Formación del Instituto Res Publica. ¿Qué se puede hacer para que los chilenos de ahora, como los de antes, hagan que Chile florezca?

La respuesta no es sencilla. O quizás lo sea y lo complicado sea llevarlo a la práctica. “Un buen compromiso para estas Fiestas Patrias puede ser amar más a Chile y actuar en consecuencia”, dice San Francisco, lo que implica una colaboración permanente de la sociedad civil, las personas y el Estado; desechar el centralismo; vivir con responsabilidad cívica; participar activamente en la vida política y social; que cada chileno tenga un trabajo digno y una pensión adecuada; y defender con fuerza las libertades conquistadas.

Conseguirlo implica una encrucijada. Una sociedad puede experimentar tres caminos. El primero y ciertamente el mas deseable, explica el historiador, “es la posibilidad de crecer, de lograr una mayor prosperidad y permitir que los hijos de un determinado país puedan vivir mejor que sus padres o que sus abuelos”.

El segundo «es propio de la mediocridad». Para el docente, este camino se trata de «vivir en el estancamiento», en una situación que se perpetúa en el tiempo y que «impide mirar el futuro con esperanza». “Pocos riesgos pero también poco progreso, especialmente para quienes han tenido o tienen menos oportunidades”, precisa.

Más dramática aún es la tercera ruta. «Es la decadencia que ha matado civilizaciones y que ha permitido que países que en el pasado vivían en la prosperidad, hayan caído en situaciones cada vez mas difíciles o incluso hayan llegado a la miseria. Lo vimos y lo vemos”, subraya.

Ninguno está vedado. Sin embargo, obviamente que ir por el primero sería lo mejor. Para conseguirlo y lograr ese cometido de «amar más a Chile», el docente recomienda: «Debemos vivir con responsabilidad cívica, en nuestro trabajo, en nuestros deberes políticos, en el pago de los impuestos, en el cuidado de los espacios comunes y además participar activamente en la vida política y social de nuestro país”.

Agrega que en esta etapa de la historia, los chilenos deben defender con fuerza las libertades conquistadas, “para así poder ampliar nuestras oportunidades y seguir demostrando de lo que somos capaces cuando trabajamos unidos”. Esto requiere de una colaboración intensa, permanente de la sociedad civil, de las personas y del estado. Por el contrario, afirma, “toda contradicción y toda competencia ideológica al respecto, resulta inútil y autodestructiva”

“Necesitamos tener una visión global de la patria que integre a toda su diversidad regional y territorial. Chile no es una capital con agregados, debemos desechar ese centralismo torpe y asfixiante que a veces nos impide desarrollarnos con toda nuestra potencialidad”, enuncia.

Finalmente, el llamado del historiador es a no mirar la realidad con excesivo pesimismo: “Es hora de criticar menos y de trabajar más. Debemos activar la esperanza para derrotar al pesimismo. Dejemos atrás los odios, la violencia y abracemos con esperanza a todos los que luchan por un país”.

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