Como una oportunidad, pero donde nada está garantizado. Así ve Max Colodro, sociólogo y doctor en Filosofía, el proceso constituyente que comenzó con el plebiscito del 25 de octubre. Advierte que se deberá lidiar constantemente con un sector de la izquierda que buscará «reinstalar la idea de un camino insurreccional para ponerle término a todo lo que se ha construido en los últimos 30 años».

En entrevista con El Líbero, el analista político y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, aborda aspectos de su nuevo libro «Chile Indócil. Huellas de una confrontación histórica» (Tajamar Editores). Escrito antes del estallido en su mayor parte, algunos de sus pasajes parecieran ser una verdadera premonición de lo ocurrido el 18-O.  

-El libro surge antes del estallido, ¿qué lo lleva a abordar en un texto las confrontaciones históricas que vive Chile siendo que en estos días, post 18-O hemos visto más polarización? 

-Creo que lo que estamos viviendo hoy en día es la expresión de una confrontación histórica efectivamente que la sociedad chilena no ha logrado resolver todavía que tiene que ver con la manera como terminó el orden tradicional en Chile a partir de la reforma agraria. La reforma agraria que puso término al orden tradicional, al orden basado en la hacienda, en el latifundio, en la propiedad de la tierra. Y después de esa crisis que vive la sociedad chilena en la década del 60 lo que yo constato, y lo que trato de ilustrar en este libro, es que no hemos sido capaces como sociedad de encontrar nuevos mínimos comunes, un nuevo consenso básico y que de algún modo, este proceso constituyente tiene que ver con eso y es un desafío en que ahora vamos a ver si logramos ponernos de acuerdo en cosas mínimas que es lo que no hemos hecho en los últimos 60 años.

Ha habido una tentación muy grande de impedir que el gobierno logre llegar al final».

-En el libro se refiere a la polarización, a la confrontación que ha vivido el país por años, a no tener estos mínimos comunes, pero lo escribe antes del estallido cuando todo eso se agudiza. ¿Era previsible entonces el estallido viendo lo que estaba pasando desde antes?

-No creo que el estallido social haya sido previsibles,  pero sí uno podía constatar, yo al menos a partir del 2010, en el momento que gana por primera vez las elecciones la derecha, cuando gana por primera vez Sebastián Piñera y se pone término a los 20 años de la Concertación, lo que constaté es que se volvía muy central en la sociedad chilena el desacuerdo respecto de la legitimidad de las instituciones, y de la Constitución en primer lugar. Se reisntalaba, por la derrota de la Concertación y el triunfo de la derecha, el desacuerdo con la legitimidad de la Constitución y con la legitimidad del modelo económico, es decir, las dos grandes herencias de la dictadura. Por lo tanto, a partir del 2010 se reactiva esta confrontación histórica y esta polarización en torno a estos dos grandes ejes. 

La Concertación inicia una verdadera demolición del país que se ha construido a partir de los 90. Una autocrítica muy brutal al Chile de la transición y en eso, el factor gatillante es la derrota electoral de 2010″.

-Pero incluso en el texto usted recuerda que es con Bachelet I que empieza a manifestarse el malestar, salen los pingüinos a la calle, está el Transantiago…

-Pero para mí el punto político es el 2010, cuando la centroizquierda descubre que durante 20 años estuvo administrando un modelo y construyendo un país que termina haciendo posible que gane la derecha, ahí la Concertación se pega literalmente un estrellón contra el muro y descubren que el país que han construido por 20 años no les gusta. Esa es la razón por la que la Concertación inicia una verdadera demolición del país que se ha construido a partir de los 90. Una autocrítica muy brutal al Chile de la transición y en eso, el factor gatillante es la derrota electoral de 2010. Antes de eso había señales de malestar, estaba la discusión entre los autoflagelantes y los autocomplacientes, siempre hubo ambigüedad dentro de la centroizquierda sobre lo que significaba la transición, pero es el 2010 cuando se instala la autocrítica demoledora que da origen de este paso de la Concertación a la Nueva Mayoría.

-¿Es toda la centroizquierda la que empieza a «demoler» su obra? ¿O lo hace presionada por un sector ubicado más a la izquierda? ¿O hay un pudor de todo el sector?

-La sola incorporación del Partido Comunista en una nueva alianza política ya es una señal de que empieza a haber una lectura distinta del pasado. El PC fue opositor a la Concertación durante los 20 años y el hecho de sumar a un actor que había sido crítico ya refleja una mirada distinta de lo que había sido Chile de la transición. En su momento fue algo bien generalizado, que va desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Socialista. Después se ha ido matizando, hoy existen sectores de la ex Concertación que han hecho un esfuerzo por tratar de salir a reivindicar en algo la obra de la Concertación, hay un libro de Ignacio Walker que sacó hace un tiempo, pero creo que ya es un ejercicio tardío. En un momento todos estuvieron en esta lógica de canalizar el descontento y el malestar a partir de una visión muy crítica de la obra de la Concertación y eso explica por qué la Nueva Mayoría se plantea cambios y modificaciones fundacionales a lo que había sido el Chile de la transición.

-A lo largo del texto, al repasar procesos históricos, se ven “dos almas” de la izquierda a lo largo de la historia. Por ejemplo, un PC más por la institucionalización apoyando a Allende mientras el PS estaba más a la izquierda; luego en la dictadura, un sector va por la vía pacífica y otro por la armada; luego un grupo apoya el proceso del plebiscito del 88 y otro lo critica y desconoce. ¿Esa dualidad cómo afecta hoy al sector?

-Es algo que sigue siendo el factor central de por qué la centroizquierda tiene una desafección tan grande con el Chile de la transición. En el plebiscito del año 88 se derrota a Pinochet y eso permite iniciar la transición, ponerle término formal al régimen militar, pero la verdad es que el hecho de haber tenido que llegar al plebiscito y aceptar las reglas del juego de la dictadura fue, a mi juicio, una tremenda derrota histórica y así lo vivió la centroizquierda. No fue una derrota reconocida formalmente, pero que significa una gran desafección con todo lo que va a venir hacia adelante y es la razón por la cual la Concertación acepta una transición con senadores designados,con comandantes en jefes inamovibles, con el Cosena, con el rol que juega el Tribunal Constitucional, con Pinochet instalado en la comandancia en jefe por 8 años más.. creo que eso fue un trago muy amargo para la izquierda que, de algún modo, vino a «estallar» cuando pierden las elecciones en 2010 y surgen las ideas de refundar, de cambiar la Constitución y el modelo económico.

En el plebiscito del año 88 se derrota a Pinochet y eso permite iniciar la transición, pero la verdad es que el hecho de haber tenido que llegar al plebiscito y aceptar las reglas del juego de la dictadura fue, a mi juicio, una tremenda derrota histórica y así lo vivió la centroizquierda».

-¿Y en ese momento el plebiscito del 88 se transforma de ser un motivo de orgullo, digno de exportación por el tránsito pacífico hacia la democracia, a ser un motivo de vergüenza para el sector?

-Sin duda. La centroizquierda terminó, en los hechos pero no en el discurso, asumiendo que eso había sido el principio de la construcción de un Chile con el que no se sentía representado. Más que motivo de orgullo como dices, era un Chile que había que reformar, desechar, y eso ha estado haciendo la centroizquierda en los últimos 10 años, viendo cómo hace para cambiar la institucionalidad a partir del proceso constituyente y después cómo le hace cambios al modelo económico.

-En el libro usted  escribe que en 2010 «reaparece el indócil eslabón perdido de nuestra transición: el drama de un país que en los 80 no fue capaz de derrotar a Pinochet». A su juicio, ¿hoy vemos a los «hijos o nietos de los 80» que canalizan en el Presidente Piñera esa frustración? ¿Se canaliza a pesar de ser un Presidente democráticamente electo y con un Estado de Derecho vigente?

-Sin duda, exactamente. Esta deuda pendiente, este eslabón perdido quedó ahí instalado en el corazón, en el subconsciente de la centroizquierda y con el estallido social eso se reactivó muy fuerte y, de algún modo, lo que sienten ahora es que tienen una tarea pendiente, una tarea que no concluyó que fue derrotar la institucionalidad del Chile de la dictadura, a su Constitución, a su modelo económico y sienten que ahora, a partir del estallido tienen la oportunidad de retomar esa senda. Y por eso le ha sido tan seductora a la izquierda la idea que seguimos en dictadura, prácticamente.

-¿Incluso poniéndole el rostro de Piñera a algo que no derrotaste en los 80, y por lo tanto, ahora derrotarlo a él?

-Sin duda, por eso ha habido una tentación muy grande de impedir que el gobierno logre llegar al final. Ellos ven que «dado que no pudimos derrotar a la dictadura, ahora tratemos de derrotar al gobierno de Piñera y generar una situación insurreccional que permita que el gobierno no llegue a término», eso tiene que ver con esta sensación de tarea pendiente y es echar abajo el modelo, la Constitución y eventualmente al propio gobierno.

Una tarea que no concluyó (la izquierda) fue derrotar la institucionalidad del Chile de la dictadura, a su Constitución, a su modelo económico y sienten que ahora, a partir del estallido, tienen la oportunidad de retomar esa senda».

-¿Cómo analiza que la misma izquierda que vivió el golpe del 73 hoy apoye, o se quede callada, ante movimientos insurgentes que buscan derribar al gobierno?  

-Creo que la centroizquierda más moderada, más socialdemócrata, ha quedado completamente desdibujada, debilitada, anulada por este imperativo de ver las cosas como una continuidad del modelo del régimen militar. Creo que ese Chile más moderado, que hizo la transición, que generó un modelo de gobernabilidad democrática hoy día está anulado por un imperativo más radicalizado de echar abajo todo lo que se construyó en los últimos años. Hoy la centroizquierda aparece disminuida y los sectores que se han ido fortaleciendo y hegemonizando ese mundo son el Frente Amplio y el Partido Comunista.

-¿Pero cómo se explica que se impongan si, por ejemplo, no son mayoría en el Congreso?

-Esos sectores han tenido una capacidad muy grande de construir una hegemonía nueva en la centroizquierda, de copar todos los espacios, de instalar un discurso muy radicalizado que de cierto modo legitima la violencia y los más moderados no han tenido la capacidad de cuestionar de manera sustantiva todo el tema de la violencia, de la destrucción. Producto de sus propios traumas la centroizquierda terminó sumándose a esta hegemonía y hoy está completamente anulada y subordinada a esa hegemonía más radicalizada.

-¿Y qué pasa en este escenario con la derecha, también lo aborda en el libro, sigue con ataduras y sintiendo que debe seguir dando credenciales democráticas?

-La derecha terminó también siendo víctima y prisionera de sus propios traumas, de haber respaldado a la dictadura y de hoy día ser la representante del Chile de los últimos 30 años. La gran paradoja es que ellos hacen un esfuerzo por validar lo hecho en los últimos 30 años, siendo que la centroizquierda gobernó 24 de esos años. Pero la capacidad que tiene la izquierda más radical de instalar un discurso crítico respecto de estos 30 años también ha hecho que la derecha quede en una posición muy debilitada y subordinada.

El intento de desconocer la base de estos acuerdos firmados el 15 de noviembre de 2019, es el intento de un sector de la centroizquierda por echar abajo este proceso constituyente para reforzar y reinstalar la idea de un camino insurreccional».

-¿Considera que el proceso constituyente pueda ayudar a salir de esta «confrontación histórica»?

-Creo que el proceso constituyente es una oportunidad, el país asumió la necesidad de llegar a un acuerdo amplio el 15 de noviembre el año pasado. El plebiscito del 25 de octubre ratificó ese camino institucional. El país se embarcó en esta convicción que la manera de enfrentar estos problemas históricos es con un cambio a la Constitución, pero no está garantizado que este proceso constituyente vaya a llegar a buen término y vaya finalmente a poder resolver estas diferencias profundas y vaya a poder generar consensos profundos de mediano y largo plazo para la sociedad chilena. Es una oportunidad, pero no es una garantía.

-De hecho, ha habido intentos para cambiar las mismas reglas acordadas el 15-N

-El intento de desconocer la base de estos acuerdos firmados el 15 de noviembre en 2019, es el intento de un sector de la centroizquierda por echar abajo este proceso constituyente de la vía institucional para reforzar y reinstalar la idea de un camino insurreccional para ponerle término a todo lo que se ha construido en los últimos 30 años. Es un riesgo latente que ese sector va a seguir en ese empeño y el proceso constituyente va a tener que convivir y lidiar con ese desafío y con ese riesgo.

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