Con el respeto que merece quien alguna vez se ha cruzado la banda presidencial y se ha desvelado por Chile, convengamos que Ricardo Lagos Escobar se ha convertido hoy en la expresión del conflicto de la izquierda en las formas y, sobre todo, en el fondo.

Su atropellada decisión de adelantarse al resto, incluso a la jefa de la coalición, para salir en horario prime desde un desolado comando de Carolina Tohá, la noche de las elecciones municipales, terminó poniéndole su nombre y sus hombros a la más dura derrota que ha sufrido la izquierda en las últimas décadas.

Luego, se ha puesto hoy en una indecorosa situación —para quien ha hecho de la democracia una religión y de sus ritos los correspondientes sacramentos–, prácticamente obligando a Isabel Allende a bajar su candidatura presidencial, literalmente entre gallos y medianoche. Y no con un fin altruista, no para evitar un conflicto en el Partido Socialista, ni para prevenir una derrota del oficialismo en las próximas elecciones, sino para levantarse él como el candidato único de dos partidos –el PS y el PPD– y evitar una contienda interna que, es evidente, no tiene ganas de enfrentar.

Tampoco salió bien lo de aceptar (o empujar, nunca lo sabremos bien) la salida de Máximo Pacheco del gabinete, cuatro días antes de la elección municipal, para incorporarse a su comando. Cuando la Presidenta Bachelet y su gobierno enfrentaban esa semana el escándalo del “padronazo” y la consiguiente crisis con sus partidos, uno podría haber esperado de Lagos, además de un rol unitario que contribuyera a resolver el conflicto, que con el mínimo sentido de lealtad conminara a su futuro asesor a esperar algunas horas. Optó, en cambio, por aceptar una salida inoportuna, tentado probablemente con un Pacheco impoluto y divorciado de la crisis (ni hablar de la derrota electoral, que aún ni siquiera se sospechaba).

Las expresiones de conflicto no se limitan a las formas: el atropello por anunciar la derrota, los empujones para ser el ungido, y el dedo en La Moneda, para recoger la fruta menos mala. Hay cuestiones de fondo, que para la izquierda pura y dura que hoy domina la Nueva Mayoría son imperdonables. Largos años cultivando una imagen por encima del bien y del mal, una moderación con matices de derecha a veces, de izquierda otras, le han otorgado al ex Mandatario el mérito menos deseado para quien aspira hoy a encabezar la opción presidencial de continuidad a Michelle Bachelet.

Porque si en la izquierda de salón que Lagos representó a la perfección en los 90 y en la primera década del siglo XXI, era bien visto dictar cátedra de estabilidad política y económica en la mañana en Casa Piedra, y justificar lo que no era posible hacer por las barreras del binominal en los auditorios socialistas por la tarde, para los muchachos de hoy –que exigen todo blanco o todo negro– se trata de un estilo impresentable.

Quienes miramos la política no somos adivinos, sino apenas especuladores de un futuro cercano, con los ingredientes que van sumando todos los días sus protagonistas. Lo que sí sabemos, es que tal como ha ido ordenando él mismo sus posibilidades, el ex Presidente no puede levantarse ya desde un “Yo, Ricardo Lagos” a dar lecciones de lealtad, de responsabilidad, ni mucho menos de unidad.

 

 

Isabel Plá, Fundación Avanza Chile

@isabelpla

 

 

Foto: PABLO OVALLE ISASMENDI/ AGENCIAUNO

 

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