Frente a una demanda interna que hace más de un año no crece, y que en los últimos seis meses incluso se contrae, vuelve con fuerza a la palestra el rol contracíclico que el gasto fiscal eventualmente podría jugar.

Sin desconocer cierto efecto que ésta en el corto plazo puede tener -como se le atribuyera a Friedman, “we are all Keynesians now” en la revista Times-, debe siempre atenderse con cuidado a los múltiples efectos colaterales indeseados, los que podrían incluso amenazar nuestra capacidad futura para sostener crecimiento.

En el extremo, si se utilizara la totalidad de los recursos de la reforma tributaria, el gasto fiscal podría crecer a un ritmo que potencialmente duplicaría la expansión estimada para la actividad. Sin embargo, existen importantes justificaciones y particularidades de nuestra economía, que hacen desaconsejable una política de este tipo:

Primero, para que una política fiscal contracíclica genere realmente el efecto dinamizador esperado, es esencial que sea percibida como transitoria, ya que en caso contrario afecta la sostenibilidad y credibilidad fiscal de mediano plazo, frente a lo cual los agentes económicos actúan con mayor prudencia, limitando el impacto reactivador. Si algo sabemos de Chile es que no se cumple jamás con este criterio esencial: una vez aumentado el gasto, aumentado queda.

Un poco de historia reciente: en 2008 y 2009 el gasto público aumentó un 27,4% por sobre la inflación, esto naturalmente en busca de dar un estímulo fiscal significativo, para hacer frente a la peor crisis que hayamos visto desde hacía décadas. Sorpresa, este mayor gasto nunca se retiró del todo, y de hecho entre 2007 y 2009 el gasto fiscal pasó de representar el 17,8% al 23,4% del PIB, lo que apenas se redujo a un 22,6% a fines de 2013

Segundo, en una economía abierta y con tipo de cambio flexible, como la nuestra, el rol contracíclico de la política fiscal es más bien moderado, por cuanto induce presiones a la baja en el tipo de cambio real y presiones alcistas de la tasa de interés, generando un posible efecto negativo en las exportaciones y la inversión privada

Volviendo a 2008-2009: el impresionante aumento del gasto (sumado a otras causas externas) aportó a un deterioro en el tipo de cambio real, que cayó un 15,6% entre fines de 2008 y 2009. El tipo de cambio real, como todo precio, al cambiar favorece a algunos y perjudica a otros, por eso a veces los estímulos fiscales no dinamizan la economía como un todo, sino que tienen un impacto redistributivo, es decir, la elección a través de la política fiscal de sectores ganadores y perdedores.

Si se quiere implementar una política contracíclica más efectiva, y además –y quizás más importante- de reversión automática, reducir los adelantos mensuales por impuesto a la renta, los famosos pagos provisionales mensuales (PPMs) –dando mayor liquidez a la PYME- puede ser una mejor opción. De hecho, los PPMs no son más que préstamos de las empresas –grandes y  chicas- al Estado para que éste se financie hasta que efectivamente se cobre el impuestos de primera categoría sobre la renta de la empresa. Así, resulta bastante razonable que este préstamo se suprima en los momentos en que las empresas, al menos las pequeñas, más necesitan de sus recursos, evitándoles despidos y otras medidas drásticas. En 2009, y con mucho pragmatismo, ya se implementó una reducción, aunque tímida, de los PPMS, la que efectivamente fue luego revertida a la hora del pago del impuesto anual (y que además conversa muy bien con la regla del balance cíclicamente ajustado, al ser considerado como algo transitorio, no modificando el cálculo)

A la larga, la clave para recuperar un ritmo elevado de actividad pasa por dinamizar la inversión privada, que tiene como requisito básico la estabilidad en las reglas del juego y la eliminación de trabas a la creación de nuevas empresas e ideas.

 

Francisco Klapp, Investigador Programa Económico Libertad y Desarrollo.

 

FOTO: MAURICIO MENDEZ/ AGENCIAUNO

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