De acuerdo con la información proporcionada por “El Líbero”, para este mes de diciembre estaría prevista la llegada a Teherán de un diplomático chileno -de rango medio- para iniciar los trámites de re-apertura de una misión diplomática en la capital iraní. La anterior embajada de Chile había sido cerrada durante el gobierno militar, al igual que en otros países a raíz de la fuerte militancia anti-Occidental de la Revolución Islámica instaurada en 1979.

A partir de entonces, la representación chilena en Irán fue cubierta por nuestra representación permanente ante la ONU, en calidad de misión concurrente, en tanto que Irán mantuvo su embajada en Chile, aunque durante varios años (1994-2008) experimentó un cierre de facto con ocasión del atentado a la AMIA en Buenos Aires que mató a 86 personas y dejó más de 200 heridos. Dos años antes (1992), una explosión similar había destrozado la embajada de Israel en ese mismo país, sin que se pudiera esclarecer judicialmente la autoría (¿Hizbulá?, ¿Pasdaran?). Por último, la muerte en enero de este año del fiscal argentino Alberto Nisman, responsable de develar los vínculos de altos miembros del gobierno de Teherán con el kirchnerismo y con el referido atentado contra el centro judío, ha puesto sobre el tapete nuevamente el supuesto apoyo del régimen de los ayatolás al terrorismo internacional.

Es muy probable que, a partir del nuevo gobierno de Mauricio Macri en la Argentina, se resientan los lazos entre Buenos Aires y Teherán, en virtud de lo cual no resulta extraño que Irán haya buscado la intensificación de sus relaciones diplomáticas con Santiago y, alegando la reciprocidad, consiguiera que el gobierno de la Nueva Mayoría decidiera reabrir la embajada en Teherán, a pesar de que -en más de una ocasión- se han hecho sentir las protestas de santiaguinos por las políticas de represión (de opositores) y discriminación (contra las mujeres) en Irán.

Llama poderosamente la atención el giro de la cautelosa política chilena frente a Irán, sobre todo cuando la República Islámica ha enfatizado el acercamiento hacia los países del ALBA (Venezuela, Nicaragua y Bolivia) y ha sido acusada de una infiltración religiosa, política y financiera en América Latina. El tema en cuestión presenta tres perspectivas (política, seguridad e intereses) que ahora pasamos a analizar:

La política o los «guiños de Mefisto»

El investigador chileno Iván Witker Barra (Ph.D en la U. Carlos IV de Praga y profesor de la ANEPE) ha sostenido que la singular penetración iraní en América Latina responde al interés de Teherán por aumentar su posicionamiento internacional, en general, y a su objetivo particular de minar el «patio trasero» de los EE.UU. En su artículo «Los Guiños de Mefisto: La expansión de Irán en América Latina y sus implicancias para la seguridad de Chile y Argentina» (Offnews.info del 20.02.2010), Witker alega que en 2008 «se inició una ofensiva hemisférica iraní basada en acercamientos diplomáticos, apoyo a comunidades shií (no menos de 80 centros culturales), y una asociación político-discursiva fuertemente anti-estadounidense con interlocutores locales en Venezuela (+ ALBA)», cuyo éxito permitiría la apertura brasileña.

Esta ofensiva diplomática coincidió con la creación del Foro de Sau Paulo, donde el PT brasileño reunió a los principales partidos de izquierda latinoamericanos (partiendo por Cuba y Venezuela) para coordinar acciones en la región y confeccionar un verdadero manual para la obtención y consolidación del poder popular valiéndose de las instituciones democráticas. Ya, hacia fines del 2009, «el interés persa empezó a confluir con el interés brasileño de actuar internacionalmente con mayor autonomía, lo que derivó en una vistosa invitación a Brasilia del Presidente Ahmed Ahmedinejad.

En vista de lo anterior, Israel tomó en esos días «tres decisiones importantes respecto a la expansión iraní en América Latina: a) Alertar a los países integrantes de la OEA mediante una nota oficial sobre la peligrosidad del trabajo iraní en la región, dirigida a la Asamblea General en Tegucigalpa; b) Los viajes de su Canciller, Avigdor Lieberman, y del ministro de Infraestructura, Uzi Landau, por varios países latinoamericanos, explicando los nexos Irán-Hizbulá; y c) Una gira del Presidente Shimon Peres a Brasil y Argentina, países dondé expresó su preocupación por una presencia iraní que iba mucho más allá de lo diplomático y/o comercial».

Es en ese contexto, cuando «la relación con Argentina, alguna vez promisoria, se vió destrozada por el involucramiento de Teherán en el caso AMIA». Chile mantenía, por su parte, «una relación cautelosa: compras de petróleo e intentos de ventas de armas marcaron los 80’; tímidas inversiones petroleras, los 90’». Pero «entre Santiago y Teherán se mantuvo un vínculo de dinámica unilateral (iraní), sin quedar muy claro cuál era la finalidad de Teherán de incluir a Chile en su despliegue hemisférico».

En definitiva, la tesis de Witker es que los aproximadamente 250 mil judíos argentinos son un blanco del despliegue global iraní (política anti-judía que marca la diplomacia iraní desde fines de los 80’), como quedó evidenciado en los eventos dramáticos ocurridos en la capital argentina. En el caso chileno, Teherán podría estar viendo a un potencial nicho, dada la importante población de descendencia palestina, que sin ser musulmana en su gran mayoría (ni -por ende- islamista), no elude su profunda simpatía por la causa palestina. Chile le serviría a Irán como observatorio y como punto de apoyo lateral a su despliegue en la región.

«El juego de Irán, de inmiscuirse en las inmediaciones estadounidenses, así como el de Venezuela y Brasil (por razones distintas y con dinámicas diversas) de aceptar los guiños de un Irán, convertido en un actor que desafía al sistema mundial, encuentra su epítome en las tentaciones de Mefisto. Tentaciones que el mismo doctor Fausto sabía, tenían un precio» (Witker).

La seguridad en la «Triple Frontera»

Una segunda perspectiva prioritaria dice relación con un tema de seguridad regional: la vigilancia de la llamada «Triple Frontera» (Argentina-Brasil-Paraguay), especialmente si se consolidan los nexos Irán-Bolivia con Evo e Irán-Paraguay con el contrabando, porque hay claros indicios de que elementos del grupo chií libanés Hizbulá están involucrados directamente en el tráfico de drogas como fuente de financiamiento -al estilo FARC- para el terrorismo internacional.

Hizbulá («Partido de Dios»), no sólo es el principal testaferro de Irán en El Líbano sino su gran arma de lucha a favor de Bashar al-Assad en Siria. Junto con el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán (Pasdaran o IRGC), ellos han proveído el apoyo logístico necesario para la proliferación mundial de la ideología islamista iraní. Hay que tener en cuenta que, sólo desde esta «capital» regional de Hizbulá, se envían a lo menos 10 millones de dólares al año para financiar a la referida guerrilla libanesa. El tráfico de armas, de drogas y lavado de dinero ha ido creciendo año a año en la aludida zona sudamericana, para lo cual el principal punto de apoyo de Hizbulá es el narcoterrorismo: grupos armados como los terroristas de la FARC (ahora en negociaciones con el gobierno colombiano) y cárteles mexicanos como Los Zetas y Sinaloa. También son claves la protección que le ofrecen los gobiernos populistas (Maduro) y una creciente red de «empresarios» y de políticos regionales.

Ahora bien, las actividades delictivas de Hizbulá continúan su ascenso hasta hoy sin que ninguna alarma se encienda en los gobiernos de América Latina. En muchos casos, incluso autoridades provinciales han sido cómplices de sus movimientos. Aparentemete, incluso en Chile, la zona de Iquique (zona de libre comercio en el norte de Chile) fue elegida por el grupo libanés para lograr enviar su dinero sucio a los extremistas islámicos en el Medio Oriente.

Los intereses en juego

Normalmente, las consideraciones que se toman en la decisión de abrir una embajada chilena en el exterior dicen relación con factores tan dispares como: afinidad política entre las partes, proyectos de cooperación bilateral; disponibilidades presupuestarias (generalmente lo más gravitante); influencia regional y/o multilateral del país en cuestión; impacto de la apertura diplomática bilateral en la comunidad internacional; la potencialidad comercial del mismo (tamaño del mercado interno y mayor o menor grado de proteccionismo);  otras prioridades de la política exterior chilena, etc. Veámos, entre otros factores, los siguientes:

  1. No cabe duda que, tras el acuerdo que limita la capacidad nuclear de Irán a cambio del levantamiento de sanciones, ha habido un cambio cualitativo en las relaciones estadounidense-iraníes (Doctrina Obama) que le permitirá a Teherán romper su aislamiento internacional y a terceros países (llámese Chile) a buscar un acercamiento. Lo que no se dice, sin embargo, es que los ayatolás y la República Islámica vayan a cejar en su exportación ideológica.
  1. Los contactos comerciales, el fomento de las exportaciones y las inversiones, así como la cooperación, con un mercado que se acerca a los 80 millones de habitantes en el centro de Asia no es algo despreciable. Pero, fuera del petróleo, las millonarias exportaciones iraníes se concentran en productos como el pistacho, los dátiles y las alfombras en seda.
  1. En cuanto al tema presupuestario, desde hace décadas que la Cancillería chilena viene sufriendo serias restricciones. Más del 50% del presupuesto se destina sólo a salarios, a lo que si se agregan los costos fijos hacen que los recursos para los gastos operacionales sean muy exiguos. Chile tiene algo así como 90 misiones y representaciones en el exterior, pero fuera de ondear la bandera y tener presencia no pueden cumplir sus tareas a cabalidad. Una figura equivalente sería el disponer de un gran acorazado («Latorre»), pero permanentemente anclado en Valparaíso por falta de fondos. Esta situación ha llevado a un ciclo vicioso de cierre de embajadas por economías y de apertura (a veces las mismas) por intereses políticos tanto externos como internos. En cualquier reforma futura de la Cancillería, y a no ser que se asignen recursos adicionales extraordinarios, el desafío será reducir sustancialmente (al menos un tercio) las embajadas menos importantes en el exterior y el personal administrativo en Santiago para reforzar las embajadas más importantes y mejorar los sueldos del personal.

Conclusiones

Todo lo anterior nos lleva a hacer la pregunta con que titulamos este artículo: ¿Qué motiva la reapertura de una embajada chilena en Irán? ¿Por qué ahora Chile se ve compelido a cumplir la reciprocidad diplomática con Irán? ¿Qué gran negocio hay en perspectiva que requiera de una embajada in situ? ¿Cuáles son los estudios objetivos que demuestran que Teherán va a aminorar su militancia fundamentalista y su apoyo al terrorismo internacional?

Existen varias amenazas que todavía justifican una política chilena distante y prudente con respecto a la República Islámica: el entendimiento iraní con los países del ALBA y, concretamente, su apoyo a Bolivia; el narcoterrorismo de Hizbulá en la región; y la importación de los conflictos del Medio Oriente a Chile, teniendo presente el sano equilibrio que nos preocupa mantener entre las comunidades judía y palestina en nuestro país.

Tal vez no es muy elegante concluir que, dada las actuales circunstancias de restricción económica, no parece aconsejable gastar plata en una nueva e imprevisible aventura diplomática.

 

Juan Salazar Sparks, cientista político, embajador (r) y director ejecutivo de CEPERI.

 

FOTO: FLICKR

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