Los últimos informes del Fondo Monetario Internacional (FMI) no nos traen buenas noticias, lo cual constituye una nueva voz de alerta para nuestro país, que no debe ser desestimada por el gobierno.

Para el corto plazo, junto con afirmar que el crecimiento económico mundial del año 2015 no va a ser muy distinto del que se registró el período anterior, se destaca que las economías avanzadas –y muy especialmente Estados Unidos- van a acelerar su ritmo de expansión, situación que va a contrastar con un menor dinamismo de las economías emergentes. Y en lo que respecta a América Latina, el organismo internacional proyecta un muy bajo crecimiento, en torno a 1% –muy influido por una probable contracción en Brasil-, lo cual la convierte en la tasa más baja de los últimos 15 años.

Para el mediano plazo, el FMI avizora una disminución en la tasa de crecimiento potencial de la economía a nivel global, la cual será más marcada en el caso de los países emergentes como consecuencia del envejecimiento de la población, de las menores tasas de inversión y de un debilitamiento de las ganancias de productividad como fuente de crecimiento económico, al ir reduciéndose las brechas tecnológicas con las economías más avanzadas.

Chile no escapa a este cuadro: a pesar de que la expansión económica proyectada para 2015 –en torno al 3% de acuerdo a la mayoría de los analistas, y muy influido por el efecto positivo que ha tenido en el sector exportador el alza en el tipo de cambio- está por encima del promedio de la región, y supera la marca del año pasado, que llegó a un modesto 1,9%, sigue siendo muy inferior al registro de los años anteriores. Y en lo que respecta al crecimiento potencial de nuestra economía, cada día se acumula más evidencia indicativa de una pérdida de dinamismo preocupante.

Ante esta disminución en la tasa de crecimiento potencial de las economías, el FMI plantea que el aumento en el producto potencial debe ser una prioridad de política pública en todos los países, y que en el caso de los mercados emergentes, junto con mejorarse la infraestructura para eliminar cuellos de botella que se están convirtiendo en un freno al desarrollo de nuevas actividades, “las reformas estructurales deben estar dirigidas a mejorar el clima empresarial y los mercados de productos y a promover la acumulación de capital humano”. Todo esto, en un marco en que no se debe descuidar la estabilidad de las cuentas fiscales.

¿Estamos haciendo bien la tarea en Chile?

Lamentablemente, la respuesta es no. Tanto la reforma tributaria como el proyecto de reforma laboral en trámite están lejos de contribuir a un mejoramiento del clima empresarial. Ambas iniciativas tienen un marcado sesgo anti-emprendimiento, desincentivando la acumulación de capital, entrabando las relaciones laborales al interior de las empresas, creando trabajadores de primera y segunda categoría (los sindicalizados y el resto) y dejando a las empresas de menor tamaño en una posición muy desmedrada.

En este cuadro, difícilmente se va a poder lograr un aumento en la tasa de participación de la población en la fuerza de trabajo, requisito fundamental para contrarrestar los efectos derivados del envejecimiento de la población.

Por su parte, la reforma educacional no se hace cargo del problema de fondo que enfrenta el país por este concepto, referido al tema de la calidad, con lo cual también nos alejamos del objetivo deseado de promover una mayor y mejor acumulación de capital humano. Y en materia de cuentas fiscales, ya se empieza a acumular evidencia indicativa de que el menor crecimiento económico no va a permitir obtener la recaudación tributaria que se proyectó al momento de elaborarse la reforma, lo cual nos hace alejarnos de la estabilidad en esta materia.

No cabe duda, pues, de que urge cambiar el rumbo en estas materias. En el ámbito tributario el daño ya está hecho, así que las enmiendas del caso difícilmente se podrán introducir en el corto plazo. Pero en lo relativo a las reformas educacional y laboral todavía se está a tiempo de cambiar de dirección, requiriéndose únicamente la decisión política de introducir un giro de timón. Si verdaderamente existe la voluntad de abordar el desafío de crear condiciones que permitan aumentar el crecimiento potencial de nuestra economía, en forma simultánea se deberán abordar los frentes conducentes a una mayor inversión, a un mayor empleo y a un mejoramiento en la productividad de la economía. Las recetas para avanzar en esa dirección son conocidas –Chile ya las ha aplicado durante varias décadas, con singular éxito-, y las primeras señales para retomar el rumbo deberían ir en la dirección de crear confianzas para que la fuerza creadora del sector privado pueda manifestarse en plenitud, en un contexto de ir eliminando barreras para que los actores tradicionales de los distintos mercados puedan ser desafiados por nuevos emprendedores, quienes a través de procesos y productos innovadores pueden efectuar una contribución decisiva para mejorar la productividad y hacer de Chile un país más competitivo.

Si no enmendamos el rumbo a tiempo, una vez más enfrentaremos la frustración de no poder cruzar el umbral del desarrollo, postergándose nuevamente para un futuro más incierto el anhelo compartido por todos de derrotar la pobreza y de construir un país más inclusivo, con mayores y mejores oportunidades para los chilenos.

 

Hernán Cheyre, Presidente Instituto de Emprendimiento Universidad del Desarrollo.

 

 

FOTO: MATIAS DELACROIX/AGENCIAUNO

 

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