Hace unos días un gran número de habitantes del planeta puso especial atención a la pelea del siglo. Y al parecer muchos se decepcionaron porque no fue lo mismo que era cuando Cassius Clay se lucía pelea tras pelea, ya que algo que lo diferenciaba era que detrás de esa fuerza y coraje con que enfrentaba a su contendor, ésta venia acompañada de una propuesta política, es decir, su hacer tenía un sentido, una razón de ser. Al parecer muchos sintieron nostalgia de esa esencia que tenían las peleas de box de antaño.

Se preguntarán qué tiene que ver esto con Chile. Pues mucho, dado que lo que hoy presenciamos es una pelea entre la “no-inteligencia/resistencia” al cambio de los líderes empresariales y políticos, y la “inteligencia” de los ciudadanos de este país.

Entendamos que una persona inteligente se caracteriza por tres aspectos esenciales, entre otros: su capacidad de adaptación, el cómo resuelve los problemas y su modo para relacionarse emocionalmente, donde la empatía, la consideración por el otro y la construcción de confianza son elementos fundamentales. Por otro lado, algo que define a aquel “no inteligente” es su resistencia al “cambio”, determinado por el anclaje a su lugar de confort, de control y, por cierto, de poder.

Hoy nos encontramos frente a una “gran pelea entre un modo de hacer política y empresa” que se caracteriza por: (1) no ser capaz de adaptarse a los cambios que exigen los avances en el siglo XXI -en el amplio sentido de la palabra- y a la gran inteligencia ciudadana que se informa y que tiene opinión; (2) ser incapaz de resolver los problemas que enfrenta actualmente de un modo armónico y confiable, apelando a soluciones que lo van hundiendo más en la complejidad del problema; (3) por su inhabilidad para ponerse en el lugar del otro que, en ocasiones, es realmente para alucinar, y me arriesgo a decir que muchos de nuestros líderes tienen un comportamiento emocional desconectado; (4) por estar anclados en un modus operandis que constata una resistencia a modificar su modo de actuar y de relacionarse con la ciudadanía, en el cual escasea una inteligencia emocional-relacional que construya cimientos y capital social que permitan a Chile avanzar hacia una democracia madura.

Por lo tanto, hoy existe una gran decepción y una nostalgia en nuestro país de liderazgos con  inteligencia, con visión integral de la complejidad que significa construir sociedad y democracia, y sobre todo, con una inteligencia emocional empática y libre de prejuicios.

En contraposición a esta carencia de inteligencia de los dirigentes, se observa el florecer de un liderazgo que se ha expresado en los ciudadanos, en los líderes de algunas instituciones, en renovados liderazgos políticos y en una prensa que lentamente empieza a informar desde un lugar más crítico, más valiente, más comprometido y conectado con el sentir de la sociedad. Esta nueva primavera de inteligencias cuenta, por cierto, con un alto nivel de adaptación, con capacidad de resolver los problemas y, sobre todo, con una emocionalidad empática, que abre un escenario esperanzador pero muy complejo para los liderazgos no inteligentes que están imperando hoy en nuestro país.

Cabe destacar que lo más relevante de todo es que ya se llegó al límite en la tensión “no-inteligencia” vs “inteligencia”. Y lo preocupante es que si no existe una reacción ágil y rápida de los actuales líderes, el resultado puede ser muy devastador, ya que la tensión social e inconformidad en una sociedad generalmente se expresa por estallidos que se caracterizan por ser muy traumáticos para todos.

No se trata de ser fatalista, sino de ser realista, ya que este modus operandis  “no-inteligente”, no sobrevive una vez más en el Chile actual.

Solución. O se produce un cambio adaptativo en nuestros líderes producto de la presión social, tomando conciencia que esto no aguanta más y aceptan que los chilenos somos inteligentes, o definitivamente se van para la casa.

Y así fue que ocurrió un cambio, el nuevo gabinete ministerial, con bastante ambigüedad en su anuncio, por cierto, y con dejos todavía de esa política un poco desconectada del sentir ciudadano que no se ha adaptado al nuevo escenario político que vive Chile y el mundo.

No obstante, mi percepción es que este cambio de gabinete no dará ese giro que considero necesario, el cual debería caracterizarse por un relato que recupere la confianza y nos demuestre que será un modo de gestionar el gobierno radicalmente distinto; con una estrategia articulada con lo que la gran mayoría de los chilenos desea.

A diferencia de muchos, me atrevería a decir que la forma de anunciar el cambio de gabinete obedeció a un estilo propio de hacer política del siglo XXI, siendo un liderazgo meritocrático, dejando de lado esa solemnidad que no es real, ya que nuestro vivir en la sociedad es más horizontal. Destronó de alguna manera ese trato feudal de establecer la relación con los ciudadanos, y reivindicó la idea de que cada persona es un igual y no un súbdito de quien ostenta el poder.

Sin embargo, con el pasar de las horas volvimos a ese modo casi omnipotente de relacionarse con los votantes/ciudadanos. Se comunica que la Presidenta toma la decisión casi sola y con un hermetismo que deja a un país entero perplejo. Como lo decían algunos de los recientes ministros, recién habían sido notificados en sus nuevos cargos el domingo 10 de mayo al atardecer. Si esto fuera cierto es preocupante ya que no se interactúa con el elegido/a; modus operandi que genera una gran incertidumbre y deja puesta la responsabilidad en una persona, es decir, en el que decide quienes serán ungidos como ministros.

Cabe agregar que se ha comprobado que los liderazgos con gestión colectiva son los que tienen más éxito en estos tiempos. Esto, además, es sustentado por la propia neurociencia, que nos confirma científicamente que nuestra naturaleza humana nos hace más exitosos y estamos más cómodos cuando nos relacionamos de un modo colectivo y generamos cambios de forma colaborativa. Lo destacable de la neurociencia es que está demostrando la relación entre la razón y las emociones.

Y regreso al origen de esta columna, a la necesidad de liderazgos inteligentes y no resistentes al cambio. No cabe duda que si este nuevo gabinete junto a los líderes empresariales no generan un modo radical de ejercer sus responsabilidades, lo que ha ocurrido el 11 de mayo de 2015, pasará a la historia sin gran impacto, pero dejando una herida más profunda en la confianza ciudadana hacia sus líderes y en su capacidad de serlo.

Por último, es preciso que la institucionalidad democrática se nutra de la participación ciudadana, sino es así la democracia es frágil y anémica. Requerimos urgentemente que nuestros líderes actúen desde una perspectiva de comunidad, de superación del “vacío” que nos provoca vivir sin-los-otros, para hacernos protagonistas del futuro. No se trata de ilusiones, sino de proyectos país, que nos abran a la novedad y activen nuestra conciencia fraterna y democrática.

 

Soledad Teixidó, presidenta ejecutiva PROhumana.

 

FOTO: MARIO DÁVILA/AGENCIAUNO

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