Como no hay peor daño que el causado por el fuego amigo, la Presidenta Michelle Bachelet deberá prepararse para enfrentar las críticas de los sectores más izquierdistas de su coalición que ven cómo la lógica concertacionista de avanzar en la medida de lo posible está imponiéndose sobre los ímpetus refundacionales de la Nueva Mayoría. De mantener su giro hacia la moderación, Bachelet deberá enfrentar el embate de una izquierda que se siente (una vez más) traicionada por la lógica gradualista que ha caracterizado a la política chilena desde el retorno de la democracia.

Bachelet llegó al poder con un programa marcadamente más izquierdista que los de los gobiernos de la Concertación. La NM se enorgullecía de expandir los límites hacia la izquierda. Bachelet volvió a Chile más roja y más verde. Tanto en sus promesas de campaña como en sus primeras semanas en el poder, Bachelet dejó en claro su intención de imponer las mayorías.

Al poco andar—cuando la reforma tributaria llegó al Senado—la realidad de la distribución de escaños en el Congreso y el enfriamiento de la economía obligaron a Bachelet a cambiar el discurso. Por un lado, los senadores moderados del PDC—Andrés Zaldívar, Ignacio Walker, Patricio Walker y Manuel Matta—   controlaban la mayoría en esa Cámara. Sin ellos, la NM era minoría. Incluso con el apoyo de los dos independientes (Carlos Bianchi y Antonio Horvath), el resto de la NM no tenía votos suficientes para aprobar la reforma tributaria si esos cuatro senadores DC se oponían. Como la senadora Lily Pérez—que también se puede contar entre los independientes—sólo apoya la agenda valórica liberal de la NM (no la reforma tributaria), los números simplemente no daban. Por cierto, Bachelet terminó pagando caro su error de cálculo al sacar a Ximena Rincón del Senado para nombrarla ministra de la Secretaría General la Presidencia. Con Rincón fuera del Senado, Bachelet perdió una aliada y ese cupo terminó en manos de los DC más moderados.

Nunca sabremos si Bachelet hizo campaña con banderas izquierdistas sabiendo que después gobernaría con las herramientas del diálogo o si realmente quería sepultar la lógica de los acuerdos. Como se repitió que las mayorías estaban para ser ejercidas, había buenas razones para pensar que la NM se quería distinguir por su disposición a impulsar reformas que la Concertación nunca se animó a impulsar.

Pero desde que Andrés Zaldívar—quien difícilmente olvidará la forma humillante en la que fue removido del Ministerio del Interior en el primer gobierno de Bachelet—se convirtió en un dique de contención, la marea refundacional se vio frustrada en la promulgación de la reforma tributaria. Como es fácil anticipar que las mismas fuerzas moderadoras de la Concertación volverán a poner freno en el Senado a los arrebatos refundacionales en la reforma educacional, la reforma política y cualquier otra reforma, La Moneda se verá obligada a volver a la democracia de los acuerdos y deberá aplicar gradualidad a sus reformas.

En las huestes de la NM, esa gradualidad—sinónimo de Concertación y de todo lo que fue supuestamente mal hecho en los últimos 25 años—genera un rechazo visceral. Peor aún, resulta incomprensible que la gradualidad se vuelva a imponer precisamente después de que desaparecieron todas las excusas que históricamente se usaron para justificar la construcción de acuerdos. Hasta 2006 se justifica el diálogo porque la derecha ejercía veto en el Senado gracias a los senadores designados. En el primer gobierno de Bachelet se culpó a la disidencia DC y a la influencia de los libremercadistas en el gabinete, liderados por Andrés Velasco, por la falta de voluntad para impulsar reformas más radicales. Pero ahora, con una amplia mayoría en el Congreso, resulta incomprensible que Bachelet no haga un esfuerzo mayor por pasar la aplanadora. Después de todo, el electorado le dio a Bachelet un claro mandato para impulsar sus reformas. El que Bachelet no quiera usar la mayoría resulta incomprensible para muchos. Aunque otros la exculpan, apuntando a Zaldívar y los más conservadores de la DC como la causa del freno a las reformas refundacionales. Pero como ha justificado la construcción de consensos y no ha criticado a los senadores moderados de la DC, resulta difícil sostener que Bachelet quisiera ir más rápido y más lejos de lo que ha ido su gobierno.

Por eso, en la medida que Bachelet siga dando señales a favor de la construcción de consensos y haga concesiones que moderen y relativicen sus promesas refundacionales de campaña, el descontento en la izquierda de la NM irá en aumento. Después de todo, ahora sí que la única excusa posible para no avanzar sin transar es que la Presidenta, tal como sus predecesores concertacionistas (y como ella misma hizo en su primer gobierno) simplemente cree que la democracia de los acuerdos es el mejor camino a seguir.

 

Patricio Navia, Foro Líbero.

 

FOTO: NADIA PEREZ/AGENCIAUNO

Sociólogo, cientista político y académico UDP.

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