Analizar las casi dos horas y media de cuenta pública realizada el pasado viernes implicaría, a lo menos, tomarse dos horas y media. Y es que la infinidad de anuncios, proyectos de ley enviados y por enviar, diagnósticos del Chile de la transición, del gobierno anterior, del proceso global de modernización y un abundante listado de promesas por cumplir, dificultan la tarea. Por ello, es que tanto las críticas de la oposición como las auto alabanzas de su sector vinieran rebozadas en obviedades y lugares comunes. Haciendo una lectura un poco más fina, es posible inducir algunas estrategias clave del segundo gobierno de Sebastián Piñera.

El Presidente comprende bien que su adversario no es uno, sino dos: el Frente Amplio y la Nueva Mayoría. Y comprende también que las reformas de Bachelet fueron posibles porque en el gobierno anterior se logró un equilibrio entre ambas coaliciones.

Al comienzo del discurso, entre frases de buena crianza, citas republicanas y un diagnóstico con pocos matices, el Presidente deja entrever su estrategia frente a la oposición: tensionarla. El camino es auto proclamarse el sucesor de Aylwin ―y la política de los acuerdos― y al mismo tiempo ser vocero del fracaso de la retroexcavadora y la lógica refundacional de la Nueva Mayoría. A ojos de la oposición, con razón, esto supone una evidente contradicción; sin embargo, el Presidente comprende bien que su adversario no es uno, sino dos: el Frente Amplio y la Nueva Mayoría. Y comprende también que las reformas de Bachelet fueron posibles porque en el gobierno anterior se logró un equilibrio entre ambas coaliciones. Así, dicha tensión tiene por objetivo romper con ese equilibrio y desfigurar la oposición para lograr acuerdos parlamentarios parciales que le permitan llevar a cabo las promesas legislativas.

Por otra parte, en el grueso del discurso, el Presidente revela la estrategia política de su gobierno frente a los partidos de su misma coalición: la ambigüedad. Lo opuesto a lo que hace con la oposición, es decir, distender las diferencias. Como la vaguedad y la abstención no son parte del registro de Piñera, siguiendo la línea de su campaña, la técnica es la difusión de todas y cada una de las políticas públicas habidas y por haber, como si se tratara de un extenso catálogo otoño-invierno de políticas sociales. Bombardear de memoria con cuatro años de políticas públicas aturden a cualquiera.

La derecha cristiana, por un lado, se encuentra complacida de las buenas intenciones y del marcado tono social de la agenda, ese que busca superar la pobreza en doce años. La derecha liberal, por el otro, no necesita de mucho anuncio porque al fin y al cabo comprende que el Presidente ―o al menos su gobierno― es uno de los suyos. Así, el reciente “Acuerdo Nacional por la Infancia”, el horizonte de superación de la pobreza, el reconocimiento de la familia como sujeto político y reforzar el pilar solidario de pensiones parecen ser noticias esperanzadoras en el contexto de una clase política que desde hace un buen tiempo se mira el ombligo; sin embargo, al mismo tiempo parecen configurar la guía teórica de un gobierno que en la práctica se mueve al ritmo de la furia liberal de Twitter, un berrinche cada vez más popular tanto en la calle, en Evópoli como en el Frente Amplio.

La opción preferencial por los más débiles no parece ser muy consistente con ese liberalismo igualitario que insiste en solucionar cada uno de los problemas del país con derechos abstractos que teóricamente benefician a toda la población por igual.

Ambas estrategias parecen ser efectivas en el corto plazo. En el largo plazo, en tanto, hay razones para pensar lo contrario. Poner a los niños primero en la fila, por supuesto, no se trata de aprobar un par de leyes en el Congreso, abrazarse para la foto e inaugurar unos cuantos jardines infantiles. Dicha prioridad, para que no se transforme en otro humo político más, debe ser una agenda de transformación sistemática y perdurable en el tiempo, pues ampliar la cobertura y calidad de las primeras etapas del ciclo educativo como asistir integralmente a los niños más vulnerables del país, son desafíos que no se superan de la noche a la mañana. Y la opción preferencial por los más débiles no parece ser muy consistente con ese liberalismo igualitario que insiste en solucionar cada uno de los problemas del país con derechos abstractos que teóricamente benefician a toda la población por igual.

Mientras cierta derecha siga sintonizando en mayor medida con el cada vez más farandulero Frente Amplio que con su propio sector, difícilmente la derecha como un todo podrá tener la unidad y consistencia que su agenda social necesita.

Andrés Berg, director de Investigación de IdeaPaís

 

FOTO :RODRIGO SAENZ/ AGENCIAUNO