Leyendo la prensa dominical se me vinieron a la mente los personajes de la película “La tormenta perfecta”, que ven como se juntan ante sí todos los factores que conforman el peor escenario imaginable para ellos. Eso parecen transmitir los Ministros del Interior y de Hacienda, intentando hacerse cargo de una agenda impuesta esta semana por una amarga realidad, que está en las antípodas del diseño político y programático del gobierno de la Nueva Mayoría.

A partir del mismo 11 de marzo ambos secretarios de Estado habían impulsado unos objetivos claros, que delineaban su gestión y daban sustento al proyecto del nuevo pacto gobernante. Desde Interior una profunda reforma política que incluye el final del sistema electoral mayoritario para reemplazarlo por uno proporcional y un nuevo mapa electoral; caminar hacia una nueva Constitución; y, en general, se percibía su voluntad de encabezar una nueva generación que proyecte este gobierno con sello refundacional.

Desde Hacienda, la gran reforma tributaria que cumpliera simultáneamente con dos objetivos: aumentar de manera brutal la recaudación tributaria, requisito indispensable para que el Estado pueda proveer los denominados derechos sociales; y, no menos importante, establecer un nuevo modo de relación entre los contribuyentes y el aparato fiscal, en que el mensaje implícito se puede resumir en algo así como “señores empresarios, se les acabó la fiesta”, llegó la hora de pagar impuestos de verdad. Imagino que los ministros esperaban que con la publicación de la reforma tributaria ellos podrían decir que estamos viendo los primeros rayos de sol del amanecer del “nuevo Chile”, tantas veces anhelado y tantas veces postergado por los tecnócratas de la derecha y de la propia Concertación.

Pero la realidad ha puesto a ambos ministros en la cancha equivocada, la que incomoda y enciende alarmas rojas en cualquier gobierno de izquierda. Claro, porque pocas cosas pueden ser peor para el ministro del Interior que tener que impulsar una legislación que restringirá derechos individuales, precisamente de aquellos que son tan atesorados por sus dirigentes y el núcleo de sus electores. Presentar y defender en el Parlamento una nueva ley antiterrorista, más dura, con más atribuciones para fiscales y policías, o la creación de un organismo de inteligencia de verdad, con agentes operativos, facultades para intervenir teléfonos, infiltrar agentes encubiertos. O sea, el sueño de un gobierno conservador, pero la pesadilla de uno “progresista”.

Cuando los países necesitan volver a crecer, que su economía recupere dinamismo, haya más y mejores puestos de trabajo, las sociedades no miran a la izquierda. El ministro Arenas lo sabe y se le nota. Sus esfuerzos por transmitir confianza a los empresarios, por ser percibido como el vocero de un gobierno pro desarrollo, no calzan con lo que dijo en los primeros meses de su gestión, cuando la idea era avanzar hacia la redistribución. No es que no lo pueda hacer, ni que no crea en lo que dice; el problema es otro. La política es una competencia entre alternativas concretas y la opción natural para sacar adelante esta agenda impuesta por la realidad (y que cada vez se percibe más generada por las mismas medidas que el ministro ha impulsado y defendido) no es el socialismo.

“Los hombres son dueños de su destino, y no culpemos a la mala estrella de nuestras faltas”, dice el personaje de Casio al de Bruto en la tragedia de Shakespeare inspirada en el asesinato de Julio César. Esta frase parece decirles a los dirigentes de la Nueva Mayoría que las acciones de los gobernantes tienen efecto sobre la realidad que va apareciendo ante sí. Ni el terrorismo, ni las malas cifras económicas, podemos atribuirlas principalmente a “la mala estrella”, porque la realidad la construyen nuestras decisiones.

Pero el razonamiento de Casio supone aceptar que no sólo los gobernantes son responsables de lo que dicen y lo que hacen; sino que las personas comunes también son dueñas de su destino, que las estructuras sociales no son la causa de todos los males, que ningún Estado “social” trae más progreso que el trabajo duro y el esfuerzo personal de todos los días. En realidad, que los chilenos lleguen a creer esto es lo único que falta para que la tormenta sea perfecta para el gobierno de la Nueva Mayoría. Pero alguien tendría que dedicarse a decirlo, ese parece ser el mensaje de Casio para los dirigentes de la oposición.

 

FOTO: PEDRO CERDA/AGENCIAUNO.

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