Hay más de una razón para militar en un partido político: la cercanía con ciertas ideas, un momento determinado de la historia, relaciones familiares y de amistad, tender puentes con el poder (ahí tiene usted la “multiplicación de los panes” que ha hecho la Nueva Mayoría, en cuyo Gobierno ha sumado más de 100 mil funcionarios al aparato público).

Con el tiempo y la formación, viene la consolidación de las convicciones. Es entonces cuando los militantes comprenden la diferencia entre los valores esenciales que representa un partido —la viga maestra sobre la cual se sostienen sus convicciones—, y las decisiones electorales y operativas, necesarias para existir, pero a las cuales no puede supeditarse la dignidad que viste a un proyecto político y que proviene de sus principios.

Hoy, la definición de fondo de la Democracia Cristiana es básicamente entre dos caminos: uno es retornar a la defensa de esos valores esenciales que en algún momento la inspiraron, para luego recuperar su identidad, aquello que la distinguía frente a los chilenos del resto de las fuerzas políticas de nuestro país. El otro camino, aun cuando en la retórica insista en esos valores, es poner su esencia –o lo que queda de ella– a disposición de objetivos más pedestres, como asegurarle un piso a su elenco parlamentario y, sobre todo, jugarse una carta para conservar el poder.

Comprendo la carga histórica de la DC con el Gobierno militar y sus razones para integrar entre 1989 y 2010 una coalición de centroizquierda, convirtiéndose en una excepción entre los partidos democratacristianos del mundo. Se entiende su posición en el contexto histórico por el que atravesaba Chile entonces; y se entiende su permanencia en la Concertación durante dos décadas y cuatro gobiernos que cosecharon un doble éxito, consolidando la democracia y permitiéndoles a millones de chilenos dar un salto social y económico significativo (que ahora llamen “enclaves autoritarios” a las herramientas que hicieron posibles ambos objetivos, eso ya es otra cosa).

Lo incomprensible es que en 2013 esa misma DC, únicamente a fin de alcanzar el poder con Michelle Bachelet —y en un Chile que no enfrentaba ni crisis política, ni una debacle social—, haya estado disponible para asociarse al Partido Comunista y, encima, para amparar un programa de gobierno que traicionaba sus valores: la vida, la libertad de la educación, las miles de pymes y comerciantes que aseguraba representar, un programa que defendía las consignas y los objetivos de la izquierda dura.

Hay algo de ingenuidad en quienes esperan que, por el solo hecho de que su candidata compita en la elección presidencial —saltándose la primaria—, la DC vaya a recuperar el patrimonio político perdido. Primero, si el partido quiere recuperar su identidad original, Carolina Goic no parece la mejor abanderada: además de marcar poco, casi nada, en las encuestas (aunque las nieguen, es evidente que algo señalan), ha sido una bacheletista furiosa, ha respaldado convencida todas las equivocadas reformas de este Gobierno, y mantiene posiciones que no la distinguen de la izquierda (apoya la huelga efectiva y sin reemplazo, es lucrofóbica y contraria a las concesiones, invoca la “libertad de conciencia” frente al aborto, etc.).

Y, luego, todas las señales indican que la eventual decisión democratacristiana de ir a la primera vuelta es simular convicción: se mantiene junto a sus actuales socios y ya comprometió el respaldo a Alejandro Guillier en una posible segunda vuelta, a cambio de un acuerdo parlamentario.

De manera que la candidata DC puede enfurecerse las veces que quiera cuando Mariana Aylwin advierte en público —como miles de chilenos piensan en privado— que muchos militantes y simpatizantes históricos de su partido probablemente votarán por Sebastián Piñera. Porque, como tendrá a bien reconocer la camarada Goic, los electores no siguen órdenes de partido, no poseen cupos parlamentarios que resguardar y tienen derecho a tomar en noviembre una decisión en total libertad.

Mal que mal, la DC ya ha hecho demasiado para decepcionarlos.

 

 

Isabel Plá, Fundación Avanza Chile

@isabelpla

 

 

FOTO: FRANCISCO FLORES SEGUEL/AGENCIAUNO

 

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