¡Quién lo hubiera dicho! Parte importante de la derecha lamenta la caída de la socialdemocracia chilena que lideró la fenecida Concertación. Este conglomerado de centroizquierda, que por veinte años dejó a nuestro sector fuera del gobierno, tuvo éxitos mundialmente reconocidos. Chile pasó de ser de los países pobres de la región a ser el líder; y no sólo eso, si tomamos el período 1986-2013, fue el país occidental que más creció en el mundo. Medido en dólares, el PIB per capita se multiplicó por ¡once veces! en esos 27 años.

Por lo tanto, hay razones para estar preocupados por este doloroso y prologado funeral. La desaparición de la izquierda socialdemócrata, dejando el paso a una izquierda más radical (“el triunfo de los autoflagentales”), es negativa para el desarrollo de la democracia liberal representativa, que ha probado ser el sistema más exitoso para generar bienestar y progreso en los países, y así lo demuestra también el caso de Chile. ¿Pero por qué muere la Concertación? Seguramente hay muchas causas, pero a mi juicio hay una muy importante, que no ha sido suficientemente destacada en la discusión, y que es algo así como su “pecado original”.

La antigua Concertación heredó un modelo de desarrollo que, en sus inicios, no compartía en absoluto. De hecho, durante el proceso de reformas del gobierno militar, instituciones como CIEPLAN fueron muy críticas. Tanto durante la campaña del plebiscito de 1988 como también en las elecciones de 1989, el discurso constante fue que se revertirían las reformas del gobierno militar. Lo tengo muy presente, porque ésa fue la razón que justificó mi voto SÍ en el plebiscito, y no las ganas de mantener a las Fuerzas Armadas en La Moneda.

Sin embargo, una vez en el gobierno, los concertacionistas empezaron a cosechar los frutos de las reformas liberalizadoras, que mantuvieron con pequeños ajustes, y que permitieron mostrar al país y al mundo el éxito de la renacida democracia. Sin embargo, los buenos resultados no fueron suficientes para que el discurso cambiara y se empezara a defender el modelo, junto con hacerle los necesarios ajustes. No se cuidó lo suficiente la libre competencia, tanto en lo económico como en lo político. Tampoco se avanzó en perfeccionar el sistema previsional. No fue José Piñera el que se equivocó con la demografía y los retornos de principios de los 80, sus cálculos fueron correctos, el problema fue que los siguientes gobiernos no hicieron las rectificaciones que se requerían.

Y lo más grave, no hubo una defensa de las ideas que traen el progreso a los países: el discurso se mantuvo nostálgico del Chile de los 60. Entonces, son ellos, los simpatizantes de Lagos y compañía, los que contribuyeron a cavar su propia tumba.

En este contexto, es positivo que la centroderecha tome aquellas banderas e intente resucitarlas, ya que la única posibilidad para que Chile retome la senda del desarrollo es lograr una alianza con la socialdemocracia, de tal forma de detener el avance de esa izquierda más radical. De ganar Sebastián Piñera, deberá intentar lo mismo que Merkel en Alemania, pero con dificultades adicionales: esa alianza no se ha producido en Chile históricamente y, además, los representantes de esas ideas son muy escasos en el nuevo Congreso.

 

María Cecilia Cifuentes, investigadora asociada Centro de Estudios Financieros ESE Business School, UAndes

 

 

FOTO: MARIO DAVILA/AGENCIAUNO

 

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