El nombramiento de Gerardo Varela y Raúl Figueroa como ministro y subsecretario de educación, respectivamente, ha confundido al ambiente político. Para algunos en la futura oposición, nombrar a dos liberales puros y ultra opositores a la agenda reformista de Bachelet es una demostración de que la derecha da por perdida la batalla. El futuro gobierno estaría simplemente cavando la trinchera más profunda posible para esperar las protestas y marchas invernales. En la izquierda corren las apuestas por la duración del equipo de educación. Aunque aún no estrena, le dan a lo más un año y medio.

Por el contrario, unos pocos creemos que Sebastián Piñera, fiel a sí mismo, ha hecho una apuesta arriesgada, pero con posibilidades de ganar una batalla relevante. Al final del día, lo que se hace en educación es expresión del país que se quiere construir y para ello el nuevo gobierno designó a dos exponentes claros de su visión de sociedad, con experiencia y capacidad de gestión, habilidades negociadoras en el caso del ministro y especialidad técnica en el caso del subsecretario. Ambos tienen la misión de demostrar que con ideas de derecha se puede construir un mejor futuro para la mayoría. Si Varela y Figueroa logran el desafío, habrán ganado no sólo en el campo de los resultados, sino que además habrán obtenido una victoria cultural clave para proyectar a la derecha ocho, 12 ó más años en el poder.

Cuando terminaba el primer gobierno de Piñera y se conformaba la Nueva Mayoría, la batalla cultural parecía ganada. Al fin el progresismo sentía que pasaba de hacer lo que podía, a hacer lo que quería. La reforma educacional del gobierno que está terminando es resultado de esa visión que por un par de años pareció de consenso total. Gratuidad en educación (¡A quién podía habérsele ocurrido mezclar negocios y educación!). Desmunicipalización y vuelta de los colegios a servicios públicos de la administración del Estado. Inclusión en los colegios, con baños para niños trans incluidos. Término de la selección, que sabemos que beneficia a los más privilegiados en los niveles iniciales. Fin al lucro. Mayor fiscalización, presencia del Estado y centralización de decisiones y controles a través de superintendencias y organismos estatales. Gratuidad universitaria, etc.

Todas ideas que, además de parecer evidentes en una sociedad del siglo XXI, están bien respaldadas por la evidencia internacional en educación. Bien implementadas, logran mejores resultados y transforman la educación en un vehículo de avance social.

Pero las reformas educacionales perdieron apoyo con rapidez. Lo que era evidente y evolucionado, a poco andar del gobierno de Bachelet dejó de ser una buena noticia para la gente. Es cierto que se intentó en cuatro años implementar una mega reforma que daba al menos para una generación y además, con demasiadas desprolijidades técnicas. Pero hubo un factor quizá más importante: es fácil adherir a los principios generales, pero difícil asumir los costos particulares, cuando no se comprenden bien las razones y sentidos.

Al igual como es fácil apoyar los planes de descontaminación y es difícil dejar el auto en la casa, es fácil comprender que lo mejor es un sistema centralizado de asignación de colegios (que maximiza las preferencias de las familias) y es difícil estar feliz con la caricatura de la tómbola cuando pierdo todo control de influencias, “pitutos” y redes para acceder a un colegio. Ahora el sistema informático nos dice si seremos compañeros de curso del amigo, del vecino o del hijo del “flaite” de la esquina. También es fácil comprender por qué es mejor que las escuelas no dependan de los municipios, hasta que le toca a la escuela de mis hijos salir de un buen municipio y pasar a control de un servicio público lento y ajeno. Y así suma y sigue con el copago, el término de los particulares subvencionados con lucro, etc.

Lo cierto es que hay muchos que compartieron una visión general sobre los desafíos en educación, pero no compartieron el contenido específico ni el costo personal o familiar que significaron las reformas. Menos aún, el actual gobierno logró transmitir los cambios culturales que las reformas implicaban.

Se vienen años complejos en educación. Asume un nuevo equipo que debe terminar de implementar reformas en las que no cree. Debe hacerlo bien o las debe dejar caer con credibilidad y elegancia. Pero más importante que eso, el equipo de Varela y Figueroa debe demostrar que con ideas de derecha se pueden lograr similares objetivos: educación de calidad como un derecho social, igualdad de oportunidades, movilidad social, acceso universal, etc. Porque a esos principios generales la mayoría sigue adhiriendo.

Visto así, el Presidente Piñera no seleccionó kamikazes dispuestos a ganar tiempo. Por el contrario, puso a dos de sus mejores cuadros, dispuestos a quemar todas las naves para hacer viable la proyección cultural de la derecha en el largo plazo, mirando bastante más allá de los próximos cuatro años en un campo crucial para el desarrollo del país: La educación de las futuras generaciones.

He aquí un verdadero campo de batalla.

 

Luis Conejeros S., periodista

 

 

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