A propósito de que este verano se cumplen 200 años de la proclamación de la Independencia de Chile (en Concepción, Talca y Santiago, para “no quedar mal con nadie”) —y aprovechando también las vacaciones, cuando tenemos más tiempo para leer— deseo dedicar esta columna a comentar y recomendar, muy brevemente, dos libros sobre el conjunto de dicho proceso histórico.

El primero es La contrarrevolución de la Independencia de Chile, de Cristián Guerrero Lira, quien se propone desmitificar, refutando a algunos historiadores decimonónicos —especialmente a los hermanos Gregorio Víctor y Miguel Luis Amunátegui, autores de La Reconquista española (1851)—, el período de la restauración absolutista (1814-1817). La historiografía decimonónica, en efecto, presentó a este período como uno de gran tiranía y abuso de autoridad por parte de las autoridades españolas, particularmente los gobernadores Mariano Osorio y Francisco Casimiro Marcó del Pont.

Si bien son diversas las materias que aborda Guerrero, sólo a manera de ejemplo me interesa dar cuenta del tratamiento que hace de los estados de excepción decretados por los mencionados gobernadores, y que la historiografía tradicional interpreta como medidas de carácter represivo.

Un primer elemento que señala Guerrero es que se olvida el contexto de la época: Chile, pese al triunfo realista de 1814, vivía en una situación de guerra que obligaba a los gobernadores a tomar medidas en procura del orden público y la seguridad militar. “Aquellos años no fueron de normalidad y, por tanto, no es de extrañar que se decretaran ciertas restricciones” (pág. 200).

En segundo lugar, estima que dichas medidas se dieron en ambos bandos durante el proceso de la Independencia, tanto en Chile como en el resto de América. Y agrega: “No interesa establecer cuál es el bando que inició la adopción y ejecución de este tipo de medidas, sino que constatar que ellas eran utilizadas indistintamente por ambos y que su utilización tenía un objetivo que se proyectaba más allá de resquemores y odiosidades que encontraban su origen en aquella división o en la personalidad de quien las imponía. En definitiva, son una expresión más de la guerra” (págs. 200 y 201).

Un aspecto metodológico que pone sobre la mesa Guerrero es que muchas de las afirmaciones de los hermanos Amunátegui, algunas muy exageradas, no son demostradas documentalmente. En particular, sus dichos en cuanto a que el gobierno de Marcó del Pont habría sido el más terrible de los tres siglos de dominación española y que, por ejemplo, las personas no se atrevían a viajar, a poseer elementos cortantes, a hacer la más mínima crítica política, etc. Lo mismo cabría decir sobre el supuesto afeminamiento (o incluso homosexualidad) del gobernador español.

Este trabajo constituye un aporte en la medida que cuestiona una versión historiográfica canónica y oficial, y que nadie antes se había encargado de examinar de manera crítica.

El segundo libro que deseo referir es el de Leonardo León titulado Ni patriotas ni realistas. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile (1810-1822). En general, esta obra apunta a demostrar que el bajo pueblo actuó con indiferencia frente al proceso de Independencia, no adhiriendo a ninguno de los bandos en disputa. Incluso, en algunos casos, este grupo social habría actuado de manera indisciplinada ante cualquier intento de reclutamiento procedente de ambas partes involucradas. Señala León: “La revolución, al fin de cuentas, era de índole aristocrática, como lo hicieron notar sus líderes, y la plebe no tenía un lugar en ella. ¿Por qué arriesgar la vida defendiendo los derechos y propiedades de los patrones, más todavía cuando estos expresaban su desprecio hacia las grandes mayorías nacionales?” (pág. 142).

Para fundamentar esta tesis, León demuestra que el reclutamiento durante la Patria Vieja fue forzado y que las deserciones eran permanentes. Quienes no aceptaban reclutarse, sostiene, podían ser juzgados como traidores a la patria, sus tierras confiscadas y sus bienes muebles quemados (pág., 195). Sin entrar en mayores detalles, considero que esta obra constituye un gran aporte historiográfico. Demuestra, a partir de una nutrida cantidad de documentos, el carácter de guerra civil de la Independencia, especialmente para el caso del período de la Patria Vieja (1810-1814).

Sin embargo, el carácter forzado del reclutamiento no constituye una gran novedad en ninguna guerra. Tampoco que los conflictos bélicos tengan su origen en intereses defendidos por los sectores altos, siendo dirigidos por ellos. Lo interesante del trabajo de León es que hace patente una realidad sabida, pero obnubilada por un discurso historiográfico patriotero, que proviene tanto de la historia tradicional general como de la historiografía militar clásica (la llamada “historia de los generales”, en cuanto es historia desde arriba).

Recomiendo ambos libros porque ponen en cuestión —con un aparato documental sólido— la historia de nuestra Independencia en clave canónica y oficial. Además, porque recordar la Independencia puede ser mucho más que una disputa sobre el origen de su proclamación; o como en septiembre, bastante más que cuecas, empanadas y fondas. También es posible recordarla y festejarla con la lectura de obras interesantes y novedosas, además de muy entretenidas.

Sí, porque la historia jamás ha sido aburrida, aunque esta impresión les dejaran a muchos esos años escolares cargados de fechas y hechos, pero no de grandes preguntas. En este sentido, el conocimiento de la historia no apunta solamente a conocer a un otro extraño (del pasado), sino también a entender el yo (que vive en el presente). Para esto es necesario hacerse preguntas desde el tiempo en que vivimos. Y la Independencia, me parece, nos puede iluminar bastante para pensar el Chile de hoy y quizás, incluso, de los próximos cien años.

 

Valentina Verbal, historiadora, consejera de Horizontal

 

 

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