La Democracia Cristiana vive un ocaso inexorable cuya mejor expresión es la decisión tomada por su junta nacional, separando aguas de los partidos con los que lleva prácticamente 35 años de acción política conjunta. En estas más de tres décadas se fue profundizando en su interior una verdadera falla geológica: sus dirigentes y militantes son mayoritariamente de centroizquierda, pero sus electores son principalmente personas de ADN conservador.

No me refiero con esto a que se identifiquen necesariamente con un conservadurismo valórico, sino más bien con uno de corte social, que los Gobiernos de los Presidentes Aylwin y Frei interpretaron muy genuinamente. Ser conservador es, al decir de Michael Oakeshott, una actitud que consiste “en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible”.

Después de la polarización a la que llegó nuestro país en las dos décadas que fueron entre 1970 y 1990, buena parte de las personas que se identifican con esta manera de ser –que no es una posición ideológica- buscaron en la moderación que representaron los Gobiernos de la Concertación, especialmente los tres primeros, una alternativa que calzaba con su moderación y sus concepciones socialcristianas.

La Nueva Mayoría derribó todo eso, primero con un programa ideologizado que prefirió “lo desconocido, lo no probado, el misterio y lo posible”, antes que “lo familiar, lo contrastado, los hechos y lo real”. Es la retroexcavadora, es el ministro Eyzaguirre sacándole los patines a los niños de la educación particular subvencionada, es la reforma laboral tensionando las relaciones al interior de la empresa, es el discurso auto  flagelante que reniega de la transición y de los acuerdos que la caracterizaron.

El Partido Comunista sistemáticamente remarcó el perfil de izquierda de la Nueva Mayoría y luego el PS, al desechar la opción presidencial del ex Presidente Lagos, se alejó de todo lo que representa simbólicamente la moderación del electorado democratacristiano. Perseverando en ese camino el partido de la flecha roja sólo habría profundizado su pérdida de identidad, habría seguido siendo conducido por su ala más “chascona”, llevando verdaderamente al paroxismo las incoherencias de algunos de sus dirigentes.

Pero la decisión de ir a primera vuelta, precisamente porque es tardía, es un salto al vacío. Se toma condicionados por las circunstancias y no como consecuencia de una planificación estratégica, con una candidata que no tiene una historia consistente con el perfilamiento que ahora necesita buscar, apremiados por intentar remontar electoralmente una opción que no supera los dos o tres puntos. Ella es, en este sentido y para este desafío, menos que Lagos en todas las dimensiones relevantes.

La orden del día en la DC, a partir de esta semana, será perfilarse para subir en las encuestas, ¿pero qué significa en concreto este perfilamiento? Una sola cosa: tomar distancia crítica del Gobierno, su programa, sus reformas y su candidato, Alejandro Guillier. En los últimos días varios dirigentes de la falange han hecho hincapié en que nunca pactarían con la derecha. Está muy bien, tienen todo el derecho a pensarlo y decirlo, pero no decidieron ir a primera vuelta por eso, sino porque ya no quieren ser parte de un proyecto común con la izquierda.

Esta es la posición y la identidad que necesitan perfilar. En política la identidad es esencialmente referencial, si quieren reconstruir un sello propio, necesitan tomar distancia de los que han sido sus socios, es de ellos que tienen que alejarse, discursiva y simbólicamente. Pero deben hacerlo dentro del Gobierno que siguen integrando con ellos.

El problema mayor es que, en las pocas semanas de que dispone, Carolina Goic sólo puede tener un discurso con mucho filo, muy punzante, es el único camino que tiene para no perderse en la irrelevancia. Pero ese mismo discurso irá levantando un muro que hará muy difícil volver al redil de la Nueva Mayoría, si es que su candidatura no prende y se encuentra en dos meses más en una posición semejante a la del ex Presidente Lagos al momento de su caída.

En definitiva, la DC se vio forzada a hacer como esos jugadores que, en un momento dado, toman el riesgo de apostar doble o nada; pero lo hizo con una “mano” que no sólo es mala, sino que es conocida por todos los otros que están sentados en la mesa. Duro final para un partido que no hace mucho era el más grande y poderoso de nuestro sistema político.

 

Gonzalo Cordero, #ForoLíbero

 

 

FOTO: CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO

 

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