A principios de los 90 la derecha chilena miraba completamente desconcertada el desembarco en la escena pública de una manada de cuicos “rojos”. Buena parte de lo que luego se llamó el “red set”, que ocupó altos cargos en los sucesivos gobiernos de Aylwin, Frei y Lagos, provenía de familias en el exilio, hablaba fluido inglés o francés, recorría el circuito de los restoranes de moda en Santiago, se instalaba a veranear en Tunquén y daba cuenta de un exquisito gusto por la buena ropa, la literatura y el cine.

Sofisticados y de origen social alto, el red set irritaba a una derecha que, entonces, se mantenía socialmente más homogénea y se mostraba provinciana, algo sectaria y novata en los asuntos de la democracia.

Un fenómeno parecido es el que afecta a una parte de la izquierda chilena hoy, particularmente el Partido Comunista, que mostró sus primeras señales en 2010 tras la derrota del último gobierno de la Concertación. La irritación alcanzó momentos estelares esta semana, tras el contundente triunfo de Sebastián Piñera y desató una lluvia de epítetos contra los “fachos pobres” en las redes sociales, el reproche a los “idiotas” de Hugo Gutiérrez y el miedo a los “rubios” que asustaron a Karol Cariola en Recoleta.

¿Existe el “voto de clase”? Cierta izquierda, que ha vuelto a mirar por el espejo retrovisor, quisiera que el primer criterio de definición política de los electores fuera la clase social. La buena noticia para Chile y mala para el PC, es que en una democracia consolidada, en un país que está caminando —con tropezones y todo— hacia una sociedad moderna y desarrollada, la posición política dejó de estar únicamente determinada por los ingresos y, aun cuando todavía en las comunas populares la izquierda mantiene cierta ventaja, cada vez es más volátil.

Hablemos en pura y simple matemática: Piñera gana las elecciones con tres millones 800 mil votos, a una distancia de 700 mil votos de Alejandro Guillier; suma en la segunda vuelta un millón 380 mil nuevos electores y obtiene una contundente mayoría en 14 de las 16 regiones. Y si todavía le quedan dudas, en las tres comunas que concentran a los electores más ricos de Chile, suma 224 mil votos, equivalentes a un 6% de su votación país y sin los cuales mantendría una distancia de 500 mil votos con el candidato derrotado.

Como puede comprobarse, las cosas no están para que la izquierda busque explicaciones en la lucha de clases, en desclasados o fachos pobres, en el arribismo de la clase media o en la movilización histórica de la derecha.

La Nueva Mayoría recibió señales potentes durante estos cuatro años que adelantaban el escenario electoral del domingo, pero prefirió ignorarlas o adjudicárselas a la “manipulación” de las encuestas y los medios de comunicación. Su hostilidad con los emprendedores, su permanente desprecio a la clase media, el ninguneo a los padres de colegios particulares subvencionados, les pasó una cuenta que es electoral, política y, tal vez, cultural. Esos electores, desertores muchos de ellos de la Nueva Mayoría, respondieron a una actitud voluntarista que los despreció en un caso, o dio por sentado su respaldo eterno en otro.

Me gusta este nuevo país, con un red set nacido con privilegios, que milita libremente en la izquierda (mire usted a buena parte del Frente Amplio). Y con una clase media y un Chile popular que toma decisiones electorales como se le da la gana y sin la mochila clasista que durante décadas pusieron sobre sus hombros.

 

Isabel Plá, Fundación Avanza Chile

@isabelpla

 

 

FOTO: VICTORPEREZ/AGENCIAUNO

 

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