Tranquiliza que el ministro Secretario General de Gobierno, Álvaro Elizalde, confirme que la Presidenta no hace cambios en virtud del resultado de las encuestas. Si así lo hiciera, estaríamos a merced de la demoscopia y su volatilidad.

Sin embargo, encuestas como la CEP publicada esta semana exigen que Michelle Bachelet termine de una vez por dar una señal explícita, ya que, guste o no, entre elección y elección son las encuestas las manifestaciones más patentes de la temperatura social, muy por encima –aunque les duela a algunos– de lo que pueda percibirse en la calle misma y, ni qué decir, en las redes sociales.

Por un lado, nunca –considerando ambos gobiernos– Michelle Bachelet había estado en La Moneda con una aprobación a su gestión tan baja y una desaprobación tan alta. Y, a menos de un año de iniciado su mandato, esa es una señal de alerta que pasa, guste o no, tanto por la revisión del grupo de trabajo como una reconsideración del rol que juega y el discurso que enarbola quien encabeza ese equipo.

Además, un gobierno como el actual, que estructura su hoja de ruta en relación a un abanico de cambios estructurales y que se sostiene –tal como explicitaba la misma encuesta en julio pasado– principalmente en el carisma personal de la Presidenta, no puede hacer oídos sordos a las señales que distintas mediciones vienen insinuando desde hace ya un tiempo.

Lo anterior, porque además de la baja en la aprobación, se han venido desplomando esos índices que eran el sello propio de Bachelet y que le permitían desplegarlo ante cualquier turbulencia. Hoy, casi el 60% de los chilenos atribuye debilidad a su gobierno, ya el 47% ve con desconfianza al actuar del Ejecutivo y la sensación de que existe una disposición para escuchar se desplomó 10 puntos. Debilidad, desconfianza y obstinación, tres rasgos que exigen atención en un escenario en el que aumenta la sensación de que la economía va mal y nada hace prever que no siga en aumento esa percepción.

Una excusa peligrosa que ya ha sido esbozada por parlamentarios oficialistas sería decir que la oposición tampoco lo está haciendo bien y que la aprensión de la opinión pública es hacia todo el espectro político. Ese diagnóstico parece correcto, pero no suficiente para quedarse de brazos cruzados. De hecho, es verdad que la Nueva Mayoría cuenta hoy con más aprobación y menos desaprobación que la Alianza, cifra lo suficientemente fuerte para que la oposición modere su análisis anti-bacheletista de la encuesta CEP; pero no es primera vez que la derecha en nuestro país ve frente a sus ojos una oportunidad servida en bandeja de plata y la deja pasar por dudas ideológicas e improvisaciones comunicacionales. La torpeza de la oposición no puede constituirse en la excusa del oficialismo.

Son demasiadas las evidencias de que se necesita con urgencia un golpe de timón de parte de Bachelet, pero ese ajuste no pasa exclusivamente por cambiar a tal o cual ministro. Un arreglo ministerial debe ir acompañado, hoy más que nunca, de un discurso fuerte, humilde y que dé confianza, lo que lamentablemente y en virtud de las señales que se han venido dando, parece incluso más improbable que el cambio de ministros.

Es correcto y saludable que la Presidenta no haga cambios en virtud de las encuestas, pero parece una ineptitud dar la idea de que no las considera en lo absoluto y empecinarse en mantener un equipo y un discurso que a todas luces no ha dado, ni de cerca, los resultados esperados.

 

Alberto López-Hermida, Doctor en Comunicación Pública y Académico Universidad de los Andes.

 

 

 

FOTO: VÍCTOR SALAZAR/AGENIAUNO.

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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