Las vacaciones de verano están a la vuelta de la esquina. Es común que en esas fechas las familias inviten a su casa a amigos de sus hijos a pasar unos días con ellos. Ocurre, a veces, que los jóvenes, hijos e invitados, se mandan algún “condoro”. Se pasan de tragos, se escapan de la casa, llegan de madrugada de la disco, etc. Si la falta no es tan grave ni repetitiva, los jóvenes se llevan un reto. Pero cuando se pasan de castaño oscuro, como decía mi abuela, la reacción típica de los padres es castigar a sus hijos y pedirles a los invitados que se devuelvan a sus casas.

¿Por qué la diferencia? Básicamente, porque los padres les exigen a los invitados que se adapten a las normas de la casa que los acogió como visitas. Los dueños de casa no sienten que sea tarea de ellos educar a las visitas. En cambio, los hijos no son visitas y por lo mismo deben aprender a vivir de acuerdo a las normas de su familia.

Por estos días la inmigración se ha apoderado del debate publico. La reflexión anterior puede ayudar a ordenar las ideas y argumentos en relación al tema.

Mi padre es español y tres de mis cuatro abuelos también eran extranjeros. Por lo mismo, mal podría yo estar en contra de la inmigración en Chile. Pero mas allá de mi situación particular, la historia muestra que el comercio internacional, el movimiento de capitales y la inmigración son elementos cruciales para explicar el crecimiento económico del mundo en los últimos 2.000 años (Angus Madison: Economía Mundial, una perspectiva milenaria) y en Chile en los últimos 200 años (R. Lüders, Crecimiento económico de chile: Lecciones de la historia).

Sin necesidad de zambullirnos en la excitante lectura de los libros recién citados, cada uno de nosotros experimenta a diario las ventajas de vivir en un país abierto al talento, experiencia y diversidad que aportan los inmigrantes. En Chile prácticamente no existían restaurantes peruanos hasta hace diez años, pero hoy los hay por montones para nuestro deleite. La Maga es el restaurante más famoso de Pucón y sus dueños uruguayos trajeron a esta linda ciudad sureña toda la magia del fogón charrúa. Los ejemplos suman y siguen: los italianos han aportado su buen gusto y su diseño; los ingleses su sobriedad, elegancia y puntualidad; los palestinos su amor al trabajo y su perseverancia, etc.

De manera que los extranjeros deben seguir siendo más que bienvenidos en nuestro país. Pero al mismo tiempo, quienes recién llegan deben ser particularmente bien portados. A los extranjeros residentes, es decir los que llevan años en nuestro país, probablemente debiéramos entenderlos como hijos adoptivos. De manera que un mal comportamiento será reprochado como lo haríamos con un hijo propio. Pero en el caso de los extranjeros que recién llegan, es natural que los sintamos como visitas en nuestra casa. Por lo mismo, es entendible que los chilenos les exijamos que se comporten de acuerdo a las normas de nuestra sociedad, y de no ser así, que los invitemos a abandonarla.

 

José Ramón Valente, #ForoLíbero

 

 

 

FOTO: PABLO VERA LISPERGUER/AGENCIAUNO

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