Este año no tendremos Premio Nobel de Literatura, cosa que no ocurría desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué? Por los escándalos de acoso y abuso sexual en la academia sueca. Los organizadores quieren arreglar el entuerto y recuperar el prestigio antes de entregar un nuevo galardón. Esta es una más de las consecuencias de todo el destape de relaciones laborales impropias que van desde el acoso al abuso y terminan en la violación sexual.

Si bien es positivo que se sepa de estas prácticas para mejorar la convivencia laboral e imperen el debido respeto y justicia, existe la sensación de que podríamos estar yéndonos al otro extremo, que las cosas se han revuelto y que todo tiene el mismo grado de gravedad, cuando no es así.

Partamos por separar menores de adultos. En el caso de los infantes, no cabe duda que se debe castigar con la mayor rigurosidad de la ley a los abusadores, porque aquí, además de ultrajar el cuerpo, lo físico, se mata el alma ingenua que sólo en esta etapa se puede gozar. Por lo mismo, se aplaude la medida de imprescriptibilidad contra 16 delitos sexuales contra menores anunciada por el Presidente Sebastián Piñera. Es de esperar que el proyecto prospere en el Congreso.

Pero otra cosa muy distinta es lo que ocurre en el mundo de los adultos. Si bien es igual de condenable que existan violaciones y abusos sexuales (y éstos deben ser castigados severamente por la justicia), algo muy distinto es el acoso sexual contra las mujeres, tan de moda en denuncias por estos días en nuestro país.

Cuando hay integridad real uno sopesa qué es más importante: aguantar al acosador o hacerme respetar como profesional, so riesgo de que me echen. Ahí la mujer verá cuál es su precio. Si se deja acosar para obtener lo que busca, quiere decir que eso que busca es más importante para ella que el acoso. Mujer, todos tenemos un precio».

Si un jefe se insinúa o realiza una acción indebida, la mujer tiene el deber y el derecho de decirle NO, si eso no le parece. “Es que si lo hago puedo perder el trabajo, o puedo quedar como conflictiva”, dicen algunas. Esa es la respuesta fácil. Cuando hay integridad real uno sopesa qué es más importante: aguantar al acosador o hacerme respetar como profesional, so riesgo de que me echen. Ahí la mujer verá cuál es su precio. Porque si se deja acosar para obtener lo que busca, quiere decir que eso que busca es más importante para ella que el acoso. Mujer, todos tenemos un precio.

Muchas sí se han atrevido a decir que no. Además, el decir No, al revés de lo que la gente cree, muchas veces produce una actitud de respeto del acosador frente a la víctima (que ya dejará de serlo en el futuro). Pero además, y más importante aún, la víctima tiene el deber de denunciar al acosador, porque si no peca de omisión y lo que a ella le ocurrió les puede pasar a otras.

El conducto para hacerlo es fácil, como estipula la Dirección del Trabajo. La víctima debe enviar su reclamo por escrito a la dirección de la empresa o a la respectiva Inspección del Trabajo donde comenzará la investigación para tomar las medidas pertinentes.

Salidas hay muchas. Si existen cientos de Herval Abreu (no quiero decir que estoy de acuerdo con lo que hacía), es porque, en gran medida, hay mujeres dispuestas a alimentarlos. Basta de hacerse las ingenuas o incapaces relativas como quieren hacerles creer las feministas extremas. La mujer chilena es aguerrida y debe parar los carros, como se dice en buen chileno, y no echarle la culpa al empedrado. La mujer debe ser responsable, basta de creerse el sexo débil en este caso, y si la potencial víctima es tímida, que trabaje la autoestima, que se haga ver, porque si le pasa con un jefe, le puede pasar con varios.

Sabemos cómo es el mundo laboral real, y frente a él hay que saber defenderse. Actuemos como adultos.

 

Rosario Moreno C., periodista y licenciada en Historia UC

 

 

FOTO: FRANCISCO CASTILLO/AGENCIAUNO